Así era Kukine, la lujosa finca en que vivía Fulgencio Batista en Cuba

Redacción

Así era Kukine, la lujosa finca en que vivía Fulgencio Batista en Cuba

Al borde la autopista del Mediodía, en la periferia de La Habana, se encontraba la finca Kukine, la quera era la residencia campestre del expresidente cubano Fulgencio Batista, que en sus últimos meses al frente de los destinos de Cuba, alternaba las noches entre el “Castillito” de Columbia y esta mansión (el Palacio Presidencial dejó de usarlo tras el ataque del 13 de marzo de 1957).

La propiedad tenía una extensión de 17 caballerías con pastos de alta calidad y estaba dedicada a la producción de leche y frutos menores.

Finca Kukine

Tras al ataque del Directorio, Batista sentía temor por él y por su familia, por lo que hacía vigilar todos los puntos de acceso a Kukine por las fuerzas armadas y tenía su guarnición permanente.

La casa de vivienda de la finca, una verdadera mansión, estaba cubierta por tejas acanaladas de color rojo y los portales y terrazas eran todos de maderas preciosas. Estaba dotada de instalaciones para que sus ocupantes disfrutaran de música indirecta.

Finca Kukine

Contaba, además, con un pequeño cine con tres hileras de butacas en la que el presidente disfrutaba de los estrenos que llegaban al país en compañía de sus familiares y amigos. Batista, que casi siempre vestía de dril blanco, tenía un gran ropero con medio centenar de trajes de esta tela.

Justo en la entrada, Batista había mando a que construyera un lago artificial rodeado de palmas y hasta una capilla en la que se oficiaban misas.

Finca Kukine

Los jardines poseían una gran belleza, con obras de arte y esculturas. Por su fuera poco, la mansión contaba con dos piscinas, una para adultos y otra para los niños. Cercano a las piscinas se encontraba además un espacio en el que existían varias cabañas y un lujoso bar rodeado de tinajones camagüeyanos y antiguas campanas de los ingenios que existieron en los últimos siglos en el país.

La sala de estar estaba amueblada y decorada al estilo Luis XV. En los exteriores existía una zona llamada el Patio de los Héroes, donde alguna vez se alzaron las estatuas de José Martí, Simón Bolívar, Máximo Gómez, Abraham Lincoln y otros próceres americanos, mientras que sobre una de las estanterías de la biblioteca sobresalían entre otros los bustos de Ghandi y Churchill, Juana de Arco y Dante, Rommel y Stalin.

Finca Kukine

Ese patio se ubicaba entre las dos alas de la biblioteca que se utilizaba además como sala de conferencias y reuniones. Una bien nutrida colección de libros donde no faltaban títulos de los poetas de la revista Orígenes y de la generación de los años 50, aunque lo más probable es que nunca fueran leídos por su propietario.

En una vitrina, también en la biblioteca, Batista conservaba las condecoraciones e insignias militares de sus días de jefe del Ejército (1933-1939). Un estante, situado tras su escritorio y bajo una foto que lo mostraba en su época de oscuro sargento, guardaba decenas de ejemplares del libro titulado Un sargento llamado Batista, de Edmond Chester, y de otro, Batista y Cuba, de Ulpiano Vega Cobielles.

Finca Kukine

Batista siempre fue un gran coleccionista. Un pequeño espacio de la casa de Kuquine fue bautizado como el cuarto de los tesoros. Allí se guardaban objetos de plata y porcelana, relojes, cuchillería, vajillas y bandejas, estatuillas y objetos de arte de todos los estilos y épocas valorados en más de 300 000 pesos equivalentes a dólares. La mayor parte de esta colección se quedó en Cuba cuando se vio obligado a huir de Cuba en horas de la madrugada del 1ero de enero de 1959.

La noche del 31 de diciembre de 1959, el presidente Batista citó en Kukine a sus principales colaboradores y les informó su decisión de dejar el país y abandonar el país. Dio algunas instrucciones, repartió un par de abrazos y partió hacia el aeropuerto militar de Columbia para nunca más regresar a Cuba.

Finca Kukine

En un cuarto de desahogo, sepultadas por una montaña de libros viejos y empolvados, aparecieron en enero de 1959 cinco cajas de madera. Contenían 800 alhajas valoradas en dos millones de pesos; gargantillas de diamantes, crucifijos de plata, brazaletes de oro puro, relojes de las mejores marcas, algunos de ellos diseñados especialmente para Batista con incrustaciones de brillantes en las esferas, broches, relicarios, abanicos de marfil… El indio fue el símbolo de Batista. Una sortija de oro puro, con la efigie de un indio, apareció entre las joyas escondidas. Piedras preciosas adornaban la cabeza de la figura que lucía además los colores de la bandera del 4 de Septiembre.

Tras el triunfo de la Revolución, el predio, con el nombre de Libertad, pasó al Ministerio de Educación, y su casa principal fue sede, sucesivamente, de un instituto tecnológico, una escuela primaria y una escuela especial y también, por no dejar de ser, sirvió como albergue a familias que quedaron sin techo. Un buen día, la dirección provincial de Alojamiento decidió convertirla en un sitio de recreo y esparcimiento.