No tiene ni tan siquiera que caer la noche, ya que incluso bajo un sol que raja las piedras, la céntrica zona de Palma se convierte en el escenario perfecto para que prostitutas de bajo costo se paseen con sus vestidos baratos por las cuatro esquinas del municipio Arroyo Naranjo, el más pobre de La Habana.
No son prostitutas del alto estándar. La mayoría son jóvenes que se lanzan a probar suerte ante la falta de futuro y miseria de los pequeños pueblos de los que emigran en la región oriental de Cuba. Su rango de edad va desde los 17 hasta los 40.
Existen varias modalidades. La más demandada es el sexo rápido. Un “servicio” que puede costar entre 500 y 750 pesos la media hora, y donde el cliente es libre de escoger el lugar para “ejecutar”.
Si no se cuenta con mucho dinero, es posible alquilar un cuartucho por 250 pesos cubanos. Si las condiciones son un poco mejores, el cliente puede alojarse en una de las habitaciones climatizadas privadas al pagar 1200 pesos por tres horas.
Agua fría y caliente en el baño, minibar cargado de bebidas energizantes, cerveza, refresco y confituras, son solo algunas de las bondades que ofrecen estas habitaciones.
Algunas incluso tienen servicio de comida si lo desea el cliente. En una de sus paredes, es muy frecuentes encontrarse un televisor y un dvd repleto de musicales y hasta películas porno por si hace falta encender la chispa.
Si con el apuro no lo tuviste en cuenta, sobre alguna de las mesitas de noche seguro encuentras algunos condones. Aunque sinceramente no hacen mucha falta, ya que las experimentadas jineteras de la zona siempre tienen un stock en sus bolsos por si se presenta alguna oportunidad.
El pulular de personas en La Palma es muy abundante. Los mismo están quienes caminan con sus jabitas de nailon a ver que encuentra de comida, que quienes buscan darse unos tragos en alguna cafetería estatal en divisa o en un bar de mala muerte donde venden ron “agua de chirre”.
Muchos de estos hombres que andan con los pasos perdidos suelen sucumbir ante las propuestas de las “trabajadoras” de la zona, aunque sus clientes principales son los carniceros, los trabajadores de los mercados agropecuarios y los boteros.
Cuando cae la noche, en La Palma comienzan a rondar los faranduleros de bares y discotecas. A estas horas, los negocios de la carne aumentan su voltaje al punto que es difícil encontrarse un alquiler que esté desocupado. Si eso pasa, las jineteras siempre le tienen echado un ojo a algún pasadizo oscuro en el que “matar la acción”.
Los chulos las cuidan muy discretamente y los buscan los “puntos”. Sin embargo, algunas trabajan de manera independiente como es el caso de Yislén, quien luego de “atender” a cuatro o cinco clientes, se sienta en la escalera de una cafetería de la zona a contar la ganancia de la noche y luego la guarda a buen recaudo entre sus senos.
En casa la espera la única verdad de su vida, su pequeña hija de seis años.
“Eso es lo más grande que tengo en mi vida. Por ella jineteo y hago lo que tenga que hacer. Deseo que en un futuro nunca vaya a tener que hacer lo mismo que su madre y que se case con algún hombre bueno que la cuide y la ayude. Lamentablemente de ese tipo de hombres quedan muy pocos y todos están casados y hasta amarrados con brujería”, dice Yislén, quien cada noche concluye su labor montándose en un almendrón que la lleva de vuelta a su hogar.