Los carniceros lo echan de menos. En las noches, solían verter grandes volúmenes de agua sobre el nauseabundo picadillo. Aquel mejunje aumentaba, según ellos, sin que llegara a perder sus cualidades. Es, lo más seguro, el único alimento patentado en la Isla que se acercaba a aquel pasaje de bíblico de multiplicar los panes y los peces.
Los años más duros han quedado atrás, pero el tema de la comida para los cubanos, sigue siendo su mayor dolor de cabeza.
Al no contar con McDonald’s, Burger King y pollo frito KFC, las croquetas de ingredientes desconocidos y las frituras grasientas de harina se han puesto de moda. Todo el mundo está consciente que no pueden compararse con una tortilla de papas de Madrid, un Kekab turco en Berlín o un sándwich de Miami. Pero es posible encontrar estos puntos de venta por toda la ciudad y su precio es bastante asequible al bolsillo del cubano de pie.
Por toda La Habana andan regados miles de carritos ambulantes con cocinas rústicas dedicadas a freír croquetas y frituras y venderlas a 5 CUP.
Existen algunos vendedores como Ignacio, que preparan la masa de las frituras con harina de castilla, cebollinos y sal. Otros, como José Antonio, se limitan a ponerle un poco de sazonador industrial mixto. Yoana, por su parte, las elabora a partir de ñame o maíz molido. Su sabor es aceptable si se comen recién salidas del fuego.
Ya si están frías la historia es buen distinta, ya que no es fácil entrarle a una bola grasienta acartonada con sabor a rayo. En La Habana, las croquetas por lo general no son elaboradas por los propios fritureros, sino que las adquieren en las pescaderías estatales y al revenderlas les sacan un 50% de ganancia.
Los paquetes de croquetas son ahora mismo en Cuba el alimento más barato que puede conseguirse en moneda nacional. Un paquete de 10 unidades cuesta 50 CUP. Sin embargo, nadie está 100% seguro de su contenido.
Algunos aseguran que son de claria o pez gato, mientras que otros dan fe que las elaboran con los residuos de diferentes pescados. Da igual, lo cierto es que son el “salvavidas” gastronómico de estudiantes, jubilados, vagabundos, desempleados y trabajadores estatales.
Lo mismo sirven para un desayuno, una merienda para la escuela de los niños o como compañeras perfectas para un almuerzo o comida, junto al inseparable arroz blanco, potaje de frijoles y alguna que otra ensalada.
Si quienes las venden de forma ambulatoria no son los dueños del carrito, por 250 pesos al día lo alquilan. Antes que salga el sol, los fritureros van calentando el aceite en un recipiente de hierro fundido y luego, con candela bien alta, van friendo las pequeñas bolas de harina. Con el mismo aceite suelen freír cientos de frituras.
Para la gran mayoría de los cubanos, esos desayunos de huevos revueltos con jamón, tostadas con mantequilla, café con leche o jugo de naranja son cosa de gente rica, altos funcionarios o simplemente una extravagancia que solo puede verse en las películas.
Los más común en Cuba es iniciar el día con un café (sin leche), y al pan que toca per cápita por la libreta de racionamiento, untarle en el mejor de los casos un poco de mayonesa, o una pasada de aceite y un pelín de sal.
Las frituras en Cuba comenzaron a ganar fama durante los años 90, cuando el llamado Período Especial puso contra la pared a los isleños. Aquella crisis obligó a paliar el hambre con algunos clásicos como: Bistec de berenjena, Bistec de toronja, Café con chícharos, Jugo de pepino, Picadillo de cáscara de plátano y agua con azúcar prieta (la famosísima “Sopa de Gallo”).