En Cuba, el que los días transcurran llenos de riesgos es algo nada fuera de lo común. No por pérdidas o ganancias en un negocio, o por la posible alza de los precios en el mercado. Sino por la necesidad de valerse de actividades al margen de la ley para lograr sobrevivir.
Los cubanos suelen consumir en el día lo que logran conseguir. En el caso de los más ahorradores, el salario de un mes completo puede que les dure una semana. A los restantes, entre deudas, alimentos y productos de aseo básicos, se les va en menos de 24 horas.
Es por ello que la mayoría se ve forzada a vivir del “invento”, una palabra que en Cuba quiere decir “vivir de lo que aparezca”.
Vivir “a lo cubano” es también comprar o revender cualquier cosa, a expensas de incurrir en delitos de especulación, receptación o acaparamiento. Además, es también la necesidad de abastecerse en el mercado negro, siempre con mayor stock que el estatal, y a precios mucho más asequibles en la mayoría de los casos.
Es vivir cuidándose del ojo de los vecinos mal intencionados que no te pierden pie ni pisada, aunque ellos mismos están conscientes que con un salario no se puede pasar un mes.
Los “vigilantes” no suelen tener confianza en los vecinos con un mayor poder adquisitivo. Consideran que su nivel de vida procede de dinero enviado por familiares en el exterior o porque viven “inventando”.
El aumento del nivel de vida de un cubano es motivo suficiente para que las autoridades comiencen un proceso en su contra para investigarlo y confiscarle sus bienes por el delito de “enriquecimiento ilícito”. En este caso la pirámide se invierte, ya que es el propio individuo quien tiene que probar que su dinero no proviene de alguna actividad ilegal.
Los cubanos tienen además el deber de denunciar las actividades que se encuentren fuera de la ley. El no cumplir con lo anterior se encuentra previsto como un delito en el Código Penal. Todo está perfectamente bien estructurado. El gobierno, para hacer mucho más sencillo su enfrentamiento a las ilegalidades, creó un cuidadoso mecanismo de denuncias anónimas, las cuales son el resultado muchas veces de bajas pasiones, rencillas o envidia.
La prosperidad de un vecino puede molestarle a otro que ha vivido su vida llena de frustraciones. El puntillazo para que lo “echen pa’lante” puede ser lo mismo un altercado por la música alta, una disputa entre los hijos, una discusión por los límites de una propiedad y otra, o sencillamente porque le caiga mal y punto.
En algunos casos se “chivatea” a cambio de impunidad. Personas de este tipo existen en todos los barrios de la Isla: “Colaboro mandando a matar a los otros y así se hacen los de la vista gorda conmigo y no se me tiran”.
Esta forma de vivir, cuando menos retorcida, es muy difícil de entender, fundamentalmente para los visitantes foráneos. Sin embargo, en Cuba es algo del día a día.
La policía cubana recibe a diario llamadas de personas que chivatean al prójimo por cualquier cosa. Lo mismo el trasiego de materiales de la construcción, alquilar en su vivienda sin tener licencia o realizar una fiesta tirando la casa por la ventana.
En el bajo mundo habanero se sobran los soplones. Existen algunos que incluso trabajan para la policía en vistas a reducir alguna sanción penal pendiente de cumplir. Si llegan a ser efectivos, la policía les da luz verde y archiva el caso.
Gracias a estos “chivatones” las labores investigativas se simplifican bastante, ya que, en buena parte de los casos, las denuncias están realizadas con lujo de detalles.
En Cuba, la chivatería, se ha vuelto casi un deporte nacional.