Viviendo en improvisadas casas de cartón y planchas de aluminio, comiendo una sola vez al día y, careciendo de agua potable y de servicios sanitarios, algunos de los residentes ilegales en La Habana se las ven muy feas en el día a día.
Al no contar con documentos que avalen su permanencia en la capital, carecen de libreta de racionamiento, por lo que ni siquiera tienen acceso a los escasos alimentos que el gobierno distribuye mensualmente.
Su predilección es beber ron de la más baja categoría, en cualquier lugar y a cualquier hora del día. Tras darse algunos tragos, no pocas veces pasan a broncas que van desde unos cuantos manotazos hasta meter mano por machetes.
En los más de cincuenta asentamientos ilegales que existen en la periferia de La Habana, miles de personas viven como verdaderos animales.
Buena parte de estas personas salieron huyendo de la miseria y la escasez de futuro en el oriente del país. Casi todos se deshicieron de sus pertenencias y se marcharon a La Habana con la idea de ganar más dinero y poder ayudar a los familiares que dejaron atrás. No obstante, algunos han perdido el rumbo y se han convertido en parias en su propia tierra.
Son parias en su propia patria. Para la policía son delincuentes que infringen las leyes. A cada rato las autoridades montan operativos relámpagos. Destruyen las chozas y los montan en trenes rumbo al oriente de la isla. Más tarde o más temprado, terminan regresando.
Una buena parte de esos “Palestinos” vive de lo que saca de la basura, incluso alimentos.
“Si la gente supiera todo lo que puede sacarse de la basura, de seguro hacían más cola aquí que para comprar pollo en las tiendas. Computadoras y equipos que funcionan, y hasta comida que dicen que está echada a perder pero a nosotros nos resuelve. Si la carne tiene un poco de peste se la quitamos lavándola con bastante agua y sal. Luego va de cabeza para la cazuela que la cosa está mala con la jama”, cuenta una de estas personas que se identificó como Ignacio.
“Con la venta de los pedazos de carne que a veces me encuentro me puedo dar mis gusticos y comprarme mi botellita de ron. No ron del bueno, para tanto no da la cosa, pero si mis cañangazos del día con aguardiente están garantizados”, añade.
A Ignacio no lo quieren ni sus propios vecinos del “llega y pon” en el que vive. Según una de estas, “él se pasa los días sin bañarse y con una peste a ron del carajo. Además, cuando se da tres buches le da por empezar a rascabuchar a las mujeres y un día le van a partir la cabeza en dos por andar en los descaros esos. A veces se va para una vereda que queda cerca de la CUJAE y empieza a masturbarse frente a las estudiantes que pasan por allí. De los que aquí vivimos, Ignacio es lo peor”, cuenta la mujer.
Algunos de los que vive en el “llega y pon” si salen a doblar el lomo todos los días para buscarse el dinero. Un ejemplo de estos es el caso de Justo, quien da un pedal espeso en su bicitaxi todos los días para mantener a su mujer y a sus dos hijos, a quienes trajo desde Santiago de Cuba hace un par de años.
“No teníamos vida. La gente allí vive del aire, del invento. Lo mismo matan vacas que se roban mangos y plátanos para vender. Yo vine adelante primero, luego llegó mi mujer y mis hijos. Yo me la busco con el bicitaxi y ella lo mismo lava para la calle que cuida a los viejitos enfermos. Los chamas quieren estudiar y ganar dinero para tener una casa decente. Aunque no vivamos bien aquí, dicen que para atrás ni para coger impulso. Que si se van de La Habana es pa “la Yuma”, cuenta Justo.
Cuando cae la noche, los residentes de esta favela habanera suelen darse ánimos unos a otros al contar historias de algunos como ellos que comenzaron pasando trabajo y luego salieron adelante. El sueño de ellos, es tener legalizada su situación y poder vivir en una casa con techo de placa.