La historia de Arlen, la prostituta cubana que lleva cuatro décadas “ejerciendo” en La Habana

Redacción

La historia de Arlen, la prostituta cubana que lleva cuatro décadas “ejerciendo” en La Habana

Arlen es una mulata cincuentona que se conserva muy bien a pesar de la edad. Lleva 40 años en el negocio de ser prostituta en Cuba y hoy regenta uno de los burdeles ilegales que existen en La Habana.

Comenzó por “embullo” de una amiga a los 13 años de edad y descubrió que era una forma rápida de ganar dinero.

Dejó los estudios y se colocó fija en una casa clandestina que se dedicaba a facilitar chicas a los turistas. Allí estuvo hasta que la policía asaltó el lugar y se llevó presos a los dueños.

Eran los años 70 del siglo pasado y las putas eran muy pocas en Cuba. La Revolución de Fidel Castro se había esforzado muchísimo por su reinserción social y se vanagloriaba de haber acabado con la prostitución, uno de los flagelos más grandes que azotaba la Isla antes de 1959.

La población, en general, repudiaba a las prostitutas y las consideraba lacras que se negaban a vivir acorde a los nuevos tiempos.

A sus cincuenta y tantos, sigue en el negocio del sexo, pero ya no como antes

Esa percepción cambió con la llegada del Período Especial en la década de los 90. Con la profunda crisis económica que sufrió el país se resquebrajaron los valores morales y la prostitución se convirtió en una de las formas más rápidas para conseguir dólares.

La prostitución en Cuba se propagó como incendió forestal con la llegada a la capital de jóvenes de las zonas rurales que emigraban a la capital y veían en los turistas que llegaba en busca de sexo casi la única opción de ganar dinero en cantidades suficientes para satisfacer sus necesidades.

Unos años después entre 1996 y 2002, las autoridades cubanas lanzaron la operación Lacra, para tratar de poner freno a la prostitución que dañaba la imagen turística del país, pero sin conseguirlo.

Aunque la prostitución no es ilegal en Cuba, sí lo es el proxenetismo, por lo que regentar un burdel, aún cuando se haya “retirado” de las calles es más peligroso para Arlen que ejercer el “oficio”.

De ser descubierto su “negocio” a las muchachitas que trabajan en él les pondrían una advertencia o una pena menor si son reincidentes; pero Arlen pudiera ser condenada a largos años de prisión.

Un final muy triste para quien reconoce que “nadie quiere en verdad ser puta”, pero que a veces no queda otra opción para abrir una puerta al futuro y “sobrevivir al presente”.