Arsenio Pastor Aguilera es un vecino del reparto Alamar, en cuya morada no eran pocos los zunzunes que comenzaban a hacer sus nidos, pero por una cosa y otra, nunca llegaban a salvarse.
Sin embargo, en una ocasión se dio cuenta que uno de esos ejemplares se encontraba revoloteando en su patio para tratar de extraer el néctar de las flores.
“Se me ocurrió la idea de colocarle miel de abeja en una pequeña vasija para que se la tomara. Menuda sorpresa me llevé cuando al cabo de los días vi que estaba fabricando un pequeño nido en una de las ramas de una mata de rosas”, contó Arsenio en una ocasión.
“Desde ese momento el acercamiento fue cada vez mayor. Cuando menos lo esperaba lo encontraba volando cerca de mí para que le pusiera miel, aunque yo no dejaba que le faltase”, añadió.
A partir de ese momento el zunzún se convirtió en un visitante habitual del lugar. Cada dos o tres meses llegaba a poner sus huevos. En las dos primeras ocasiones unos pájaros negros llegaron a destruir el nido, pero la tercera vez no solo logró salvarse la cría, sino que llegó a alzar el vuelo e irse.
“Yo pude confirmar que se trataba de la misma ave porque en una ocasión le marqué una de sus paticas con pintura de uñas”, explicó.
Según cuenta Arsenio, el tercer nido fue construido en una mata de aguacate que no había parido, pero a una distancia prudencial del suelo para que los gatos o perros no pudieran alcanzarlo.
En esa ocasión, le tapó el nido con un nylon para que no se mojara, pero una de las mañanas se sorprendió mucho al ver que no estaba ni el nido ni el pichón.
“Al parecer el nido se había caído. Lo encontré tirado en el suelo y al pichón con un golpe en uno de sus ojos. Lo llevé para dentro de la casa y le hice un pequeño nido con algodón. Al otro día por la mañana vi a la madre entrar, al parecer buscándolo y de igual manera, él le respondió. Yo me di cuenta que quería alimentarlo y puse al pequeño en la palma de mi mano. Salí al patio, a los veinte minutos más o menos, la mamá zunzún accedió a darle comida en mi mano; a partir de entonces lo alimentaba de esa manera tres o cuatro veces en el día», recordó, trayendo de nuevo aquella inolvidable imagen que nunca desaparecerá de su memoria.
«Lo que sentí al ver aquello no puedo explicarlo con palabras. Sentí un gran disfrute, como si abraza un niño recién nacido con el consentimiento de la madre que confiaba en mí, mientras ella le daba de comer; lo cuidó con celo hasta que aprendió a volar», rememoró aún conmovido por la escena.
Los pichones a pesar de ser muy pequeños, tienen fama de ser muy valientes, e incluso se han dado casos de algunos que han atacado al sijú o hasta al aura tiñosa cuando está cerca de sus nidos.
Para Arsenio, el privilegio de lograr ese acercamiento con los zunzunes ha sido todo un sueño. Además, dice que siempre está a la espera de su regreso para ayudarla cada vez que haga falta con sus huevos.
“Ayudar a esa zunzuncita es la mejor forma de reciprocar la fortuna que me ha entregado la naturaleza”, concluye.