En 1932, Cuba vivió la peor catástrofe natural de su historia, cuando un poderoso huracán se llevó el triste mérito de haber sido el único en borrar de la faz de la tierra un pueblo cubano: Santa Cruz del Sur. Un ras de mar que penetró 20 kilómetros tierra adentro y alcanzó una altura de seis metros, dejó a su paso más de 3000 fallecidos.
El último día de octubre de ese año hizo su entrada en el Mar Caribe, por el sur de Puerto Rico, un poderoso ciclón que se movía rumbo oeste. Su movimiento parecía llevarlo hasta el sur de Jamaica y las cercanías de las Islas Caimán. Sin embargo, los pronósticos parecían contradictorios y los meteorólogos tenían opiniones divididas, que diferían mucho entre sí.
El Observatorio Nacional emitió una alerta para la provincia de Camagüey sobre el peligro inminente que el territorio fuera afectado y las graves consecuencias que podía traer consigo. En la aduana del puerto de Santa Cruz del Sur se recibía al igual otra en que se reafirmaba el peligro que corría la población. Pero, como el tiempo estaba en calma, una gran parte de la población no tomó las medidas necesarias ante lo que estaba por venirles encima.
El huracán tocó tierra en las primeras horas del día siguiente por Punta de Macurije, a 60 km al oeste de Santa Cruz del Sur, golpeando con una la fuerza demoledora y vientos de hasta 250 kilómetros por hora.
Los poderosos vientos que soplaban desde el mar a la tierra propiciaron que se formaran olas de hasta 30 pies de altura, las cuales se tragaron literalmente a la ciudad, situada a tan solo metro y medio por encima del nivel del mar.
Tradicionalmente, lo sucedido en Santa Cruz del Sur se ha asociado erróneamente con un ras de mar, pero en realidad se trató de un evento que fue un evento gradual que se fue incrementando en la misma medida en que el huracán se acercaba a Santa Cruz del Sur.
Tan solo en San Cruz del Sur fueron destruidas 575 casas y, aunque los registros modernos aseguran que perdieron la vida 2248 personas, los residentes de la provincia siempre contaron que al menos 3500 personas fallecieron ese trágico día, entre ahogados, aplastados por los techos y paredes de las viviendas que vinieron al suelo y los desaparecidos.
Muchas personas fueron arrastradas por las aguas cuando el mar se retiró, apareciendo sus cadáveres entre los cayos y canalizos de Doce Leguas a más de veinte kilómetros de distancia, o dispersos en el archipiélago de Guacanayabo. Otros jamás fueron encontrados. Las pérdidas materiales se calcularon en millones de pesos, aunque en verdad nunca se pudieron contabilizar.
Muy lejos de allí, trombas originadas por los vientos huracanados azotaron los pueblos de Camajuaní y Caibarién, también al norte de la isla, causando una treintena de víctimas más.