Con sus más de 90 años, Roberto posee el don de curar con sus propias manos. Algunas de las personas que han requerido de su ayuda aseguran que este hombre de Pinar del Río puede hacer desaparecer con la diestra cualquier mal de estómago y con la zurda los espolones de los pies y los ojos de pescado.
Tanta ha sido la fama alcanzada por Roberto que algunos llegaron a pedirle que no se limitara a atender a las personas en su casa, sino que fuera al Hospital Pediátrico de Pinar del Río para que pudiera regalar su don a los niños que tienen enfermedades que los médicos no han podido curar.
“La primera vez que fui al hospital entré camuflado con una bata verde. En esa ocasión no pude ni tan siquiera tocar a ningún paciente, pero al comenzar a rezar por uno de los niños, este comenzó a mejorar inmediatamente”, cuenta Roberto.
Desde esa ocasión, este curandero se ha mantenido visitando el citado centro hospitalario varias veces a la semana, ya que los propios padres de los niños se lo piden e incluso lo van a buscar a su casa.
El don de este pinareño se manifestó cuando tenía tan solo 9 años de edad y, según dice, lo heredó de su padre Feliciano, quien también sabía cómo “pasar la mano”, aunque con el tiempo ha ideo perfección su «poder».
De esta forma comenzó a ir junto a su padre a las consultas y, mientras Feliciano trataba a los adultos, él se encargaba de los niños.
En un primer momento solo se dedicaba a curar empachos y malas digestiones, pero poco a poco fue descubriendo que sus manos también surtían efecto en espolones y ojos de pescado.
En ocasiones las colas de carros frente a su casa doblan la esquina, pues lo vienen a ver desde todos los rincones de Pinar del Río y hasta de Artemisa, Mayabeque y La Habana, a donde también ha llegado su fama. Roberto vive orgulloso de no haber fallado nunca en un diagnóstico y de no haber cobrado centavo alguno a sus pacientes.
Con su don pudo haber amasado una gran fortuna, pero en su lugar se buscaba la vida manejando un tractor. Se asume a sí mismo como un misionero y por eso no aceptaría cobrar por lo que Dios le dio para ayudar a los demás.
De sus seis hermanos tan solo en Roberto se despertó el don familia, el cual parece que será el último de una larga estirpe de curanderos, pues ni sus hijos, ni sus nietos, ni sus sobrinos han nacido con el don.
No obstante, este pinareño no pierde las esperanzas que alguno de sus descendientes descubra alguna vez este «poder» que viene de sus antepasados, para que así pueda seguir ayudando a las personas como mismo ha hecho él, su padre y su abuelo.