El cine cubano posterior a 1959 fue claramente protagonizado por Daisy Granados (y luego de ella estaba Eslinda Núñez y Adela Legrá), y sobre eso no hay discusión; pero los mandamases del ICAIC y del Ministerio de Cultura dictaminaron que la imagen masculina de esta industria luego del triunfo revolucionario era Sergio Corrieri, uno de los actores con mayor respaldo político de la historia de Cuba, en vez del mejor actor del momento: Adolfo Llauradó.
Pese a que Corrieri resultaba bastante pedante y poco expresivo frente a una pantalla o sobre un escenario, sus personajes en la película “El hombre de Maisinicú” y en la serie de televisión “En silencio ha tenido que ser” lo catapultaron hacia un puesto privilegiado ante los ojos del Gobierno y de las masas, pues en ambas ocasiones representó a un agente de infiltración del G-2, donde se enaltecía al tomar el rol de una especie de superhéroe.
Tal vez fue seleccionado para este importante papel por su frialdad al actuar, por su particular modo de asumir a Stanislavski y a demás influencias, por su cercanía a Alfredo Guevara y a la cúspide del ICAIC y del Gobierno, etc.
El actor nacido en 1938 no debutó en el teatro, precisamente, con éxito, pero tuvo la suerte de ser designado por el reconocido director Tomás Gutiérrez Alea en 1968 para encarnar el papel protagónico de “Memorias del subdesarrollo”, uno de los filmes más icónicos del cine post-revolucionario cubano.
Desgraciadamente, Gutiérrez Alea no tuvo demasiado fondo de dónde escoger en esos momentos, puesto que la mayoría de los principales galanes y héroes de la Televisión Cubana (Enrique Almirante, Julito Martínez, Frank Negro y demás) estaban acusados y sancionados por actos inmorales y libertinos, incompatibles con la sociedad que el régimen castrista quería implantar. No se tuvo más remedio que escoger a oficiales de las FAR y a cuadros de confianza del Partido (único) para interpretar estos roles.
Corrieri fundó el grupo teatral Escambray después de su célebre interpretación de un agobiado y contradictorio intelectual burgués en “Memorias del subdesarrollo”, y pasó a radicar en la zona montañosa homónima.
El cineasta Manuel Pérez fue a buscarlo al Escambray en 1973 para ofrecerle un papel en su próxima cinta “El hombre de Maisinicú”, en donde encarnaría a Alberto Delgado, un hombre que fue asesinado por los alzados en contra de la naciente Revolución en dicho territorio a principios de la década del 60, después de que fuera descubierto como un infiltrado del G2. También como agente del G2, se dio a conocer como miembro del elenco del serial televisivo “En silencio ha tenido que ser”, lo que valió para ser el galán maduro más anhelado por federadas y cederistas.
Aún compitiendo con nuevos y más talentosos actores como Luis Alberto García, Alberto Pujols, Jorge Villazón o Jorge Perugorría, a quienes también les tocó interpretar en escena a chivatos o policías, Corrieri nunca perdió protagonismo debido a que se convirtió en apparatchik por “sus méritos en la esfera ideológica”.
Ocupó el cargo de jefe del Departamento Cultural del Comité Central del Partido Comunista en 1980, y luego asumió la vicepresidencia del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). En 1990 pasó a tomar cargo del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), labor que desempeñó hasta su fallecimiento en 2008.
Fue eclipsado por el Antonio Maceo de Mario Balmaseda en su último rol como el controversial Vicente García en el filme «Baraguá», del cineasta José Massip, que se estrenó en el año 1986.
Corrieri se destacó por sus poses repetitivas, sus diálogos declamados antes que actuados, su actitud tan estoica que parecía poco creíble, lo que sirvió como un ejemplo para una Revolución que necesitaba héroes en la realidad y en la pantalla. Muchos los recuerdan con cariño, pero otros muchos no parecen poder olvidar sus memorables papeles como seguroso, chivato o policía, que encarnó en escena y quién sabe si en la vida real.