La ciudad de Nueva Gerona, cabecera del municipio especial Isla de la Juventud, lleva décadas apestando a excremento en todos sus rincones, debido a los cientos de cochiqueras particulares que alberga la zona. Sus habitantes a menudo se quejan del olor, pero como ya están acostumbrados, y como sin esos animaluchos sería mucho más complicado vivir (por el alimento y la fuente de ingresos que suponen), nadie verdaderamente se molesta.
Muchos pobladores de la zona urbana y de la rural cercana, mantienen barracones y cuarticos para la cría de cerdos, forjados con tablas, tubos, materiales de desechos y cualquier otro recurso a la mano.
Damián González, un joven de 32 años cuya familia solía criar a cientos de puercos, explica que esta tendencia comenzó en los años más duros del Período Especial, cuando la crisis económica amenazaba con dejar morir a miles de personas por desnutrición.
Las autoridades pineras llevan años desplegando una ofensiva contra los corrales improvisados y la cría privada de estos animales porque, según ellas, provocan la propagación de enfermedades y contaminación ambiental, pero se sospecha que se debe principalmente a las pequeñas fortunas que los habitantes han logrado gracias a estos y que el Estado ve como una amenaza.
Sin embargo es una realidad que las cantidades de excrementos de cerdos que se vierten indiscriminadamente en las zonas urbanas de esta localidad son alarmantes, lo que ha generado una contaminación y una falta de higiene significativa.
Las leyes cubanas prohíben las actividades porcinas en un perímetro menor al kilómetro desde cualquier área urbana y menor a los 500 metros desde alguna fuente de agua. Esta legislación es comúnmente infringida en todo el país.
En La Habana, esta práctica se hizo popular también en los años 90, pero se debía hacer en cuarticos o bañeras dentro de los apartamentos. Los cerdos solían ser sometidos a una cirugía de las cuerdas vocales para que no pudieran gruñir, aunque se podía saber perfectamente dónde se criaba uno solo por el olor. La comida con la que se alimentaba a los puercos salía de los latones de basura.
Julia Domínguez reside en el edificio de 26 plantas ubicado en la avenida Rancho Boyeros y Conill. La crianza de puercos en esa zona aún es problemática, según fuentes médicas del policlínico Plaza, en las proximidades de la casa de Domínguez, pues utilizan patios y solares yermos para criaderos improvisados, aunque actualmente existen más y mejores mecanismos de control.
En este panorama, el peligro de propagación de vectores se acrecienta, por lo que las autoridades sanitarias han intentado advertir a la población sobre estas actividades en aras de prevenir enfermedades gastrointestinales, leptospirosis y cólera. Aún así, estos “ganaderos” necesitan criar cerdos para poder sobrevivir; es una cuestión de vida o muerte en cualquiera de las perspectivas.
Uno de ellos detalla el protocolo que emplea para gestionar la limpieza de su corral, explicando que lava los cerdos con agua propulsada por una manguera y toda la suciedad se va a través de una zanja hasta el exterior del criadero. Por la ladera desciende un río denso y pestilente, producto de los residuos vertidos de otras cochiqueras.
Otras serias afectaciones a la higiene pública repercuten de la cría de puercos dentro del perímetro urbano. Los vecinos de las calles principales de Encrucijada, provincia de Villa Clara, han denunciado en varias ocasiones el hedor y otros problemas que conllevan los criaderos, como la presencia constante de moscas.
Eriberto, residente en las afueras de Encrucijada, relata que muchos trasladan los animales hacia otro lugar enseguida conocen de alguna inspección. La ofensiva contra estos productores se ha intensificado, con advertencias severas, y sus respectivos acatamientos, de eliminar criaderos en períodos de un mes, demoler cochiqueras o requisar animales. Esto ha provocado provocó que la carne de cerdo se encareciera y que los productores perdieran sus ingresos económicos.