A mediados del siglo pasado la industria jabonera pasaba a un segundo plano y los detergentes sintéticos se convertían en sinónimo de civilización. Cuba, como en tantas y tantas áreas, pronto se colocó a la cabeza de América Latina en la fabricación del novedoso producto de aseo.
Hasta la Segunda Guerra Mundial – como en el resto del mundo – en Cuba reinó su majestad el jabón; pero la falta de grasas que provocó el conflicto, unido a las limitaciones de los jabones en los lugares donde el agua era “dura” o salobre, crearon la necesidad de encontrar un nuevo producto que superara estas limitaciones. Así surgieron los detergentes sintéticos y Cuba, como nación moderna, pronto se montó en la ola.
En 1945 se comenzó a importar en Cuba el primer detergente sintético de la marca Dreft (que sólo servía para ropas muy finas y cristales). A este le siguió Ace que ya tenía una gama de usos mucho más amplia y que se convirtió en uno de los preferidos de los cubanos.
Pronto la industria cubana estuvo en condiciones de fabricar por si misma detergentes sintéticos. Crusellas y Sabatés, las dos mayores empresas de aseo y perfumería del país pusieron en funcionamiento sendas fábricas de detergente sintético con la capacidad necesaria para cubrir la demanda del país.
Crusellas, que era una filial del gigante estadounidense Colgate – Palmolive puso en funcionamiento Detergentes Cubanos SA en la Calzada de Buenos Aires, en el Cerro, que fabricaba las marcas Rápido y Fab (esta última llegó a ser tan popular que el término “Fa”, derivado de Fab se convirtió en Cuba en sinónimo de detergente).
Un año antes, su competidora Sabatés había inaugurado la primera planta de detergente que existió en Cuba y que producía cuatro marcas: Ace, Dreft, Lavasol y Tide. De todas, la más conocida fue Ace, sobre todo porque ya se comercializaba en Cuba importada de Estados Unidos antes de construir Sabatés su planta de detergente.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, ambas fábricas fueron nacionalizadas. Las dificultades para mantener un abasto continuo de materias primas hicieron que el detergente se fuera convirtiendo cada vez más en un producto de lujo en Cuba hasta cesar por completo su producción. Hoy todo el que se vende en la Isla es importado.