Esta historia se ha perdido en la memoria de Cuba pero en su momento fue una de las estafas más sonadas y los medios de prensa del país se hicieron eco de ella.
Partamos de una historia que comenzó una mañana en un famoso diario habanero hace 87 años. Los lectores de entonces supieron del primer gran concurso cubano para elegir estrellas de cine.
El diario era El Mundo, y era viernes 1ro. de marzo de 1929.
Al menos así lo anunciaba el rotativo —entonces los casting se divulgaban en páginas reconocidas—, con el escenario del Payret como espacio para las pruebas — ¿de cámara, de voz o de aptitudes?— y convocado por un tal Lionel West, quien se calificaba a sí mismo como el descubridor de Rodolfo Valentino.
Eran demasiadas las tentaciones como para resistirse, aun cuando una cláusula indicaba que la inscripción era previo pago de una suma más o menos apreciable.
Por las tablas del Payret pasaron durante tres meses un montón de cubanos y cubanas, deseosos de alcanzar la gloria de Tom Mix, Douglas Fairbanks, MaryPickford o Gloria Swanson. Sin embargo, al cabo de los casi 90 días de prueba, una mañana todo el tinglado desapareció y el dinero recaudado, también.
El engaño era demasiado. Algunos cronistas criollos, ofendidos en extremo, siguieron el rastro del estafador y lo que descubrieron les hizo poner el grito en el cielo.
Fuentes de Hollywood revelaron que con un nombre similar —Lionel West— existió allí un doble de películas de cowboy, quien nunca salió en cámara y cuyo verdadero oficio era el de dependiente de farmacia.
Al saberse la noticia, a más de uno le dio una alferecía y el escándalo crecía cada vez más, amenazando con involucrar a todos los participantes en la dudosa empresa, algunos, incluso, con la mejor buena fe del mundo. Tal era el caso del cineasta cubano Ramón Peón, quien detrás de la cámara filmó a los concursantes, mientras el timador impartía las órdenes.
Por su parte, el periódico El Mundo, tal vez para preservar imagen y prestigio, convocó a un concurso de argumentos originales.
Poco después se daba a conocer que el guionista ganador se llamaba Enrique Agüero y el título era La Virgen de la Caridad, obra que, pese a su título, no abordaba un tema eminentemente religioso.
Cuentan que la producción se armó con celeridad y comenzaron las filmaciones bajo la dirección del mismísimo Ramón Peón, deseoso de mostrar que no se había prestado conscientemente a las artimañas del americano.
Para financiar dicha empresa se creó la Sociedad Anónima B. P. P Pictures, de capital cubano, la cual convocó en abril de 1930 a todos los participantes en el falso concurso.
Para la filmación de La Virgen de la Caridad, se llamó a consagrados como los veteranos Matilde Mauri, Julio Gallo y Francisco Muñoz, hasta la novel pareja protagónica, Miguel Santa y Diana V. Marde.
La película, nacida en tan escabrosas circunstancias, se convertiría luego en un clásico del cine silente iberoamericano, a pesar de sus características de melodrama plagado de simplicidad argumental e insuficiente rigor técnico. Sin embargo, esta obra de 71 minutos es reconocida como un producto digno de atención y calzó el prestigio que iban fomentando Peón y el escenógrafo Ernesto Caparrós.
El filme fue estrenado el lunes 8 de septiembre de 1930, Día de la Patrona de Cuba, en el cine Rialto, de la capital cubana. Como hecho curioso apuntemos que en una escena de la cinta aparece su director, Ramón Peón. Es el mambí con la frente vendada a quien Carlos le encomienda el cuidado de su hijo y le entrega la escritura de propiedad de la tierra, antes de morir en sus brazos.
Para algunos, como el destacado crítico Valdés Rodríguez, La Virgen de la Caridad fue —según dijo en 1930— “el primer intento cinematográfico verdaderamente logrado en nuestro país con dinero, directores, artistas, fotógrafo y personal cubano”.