La famosa frase cubana “Pollo por pescado” es la que resume las tantas décadas de restricciones, carencias y estrategias económicas gubernamentales ineficientes sobre racionamiento del producto alimenticio vendido a la población, la que representa la profunda complejidad implícita en la adquisición diaria de alimentos en este país.
Aquí no se come lo que se quiere, sino lo que se encuentre, y eso no significa que sea apetitoso, suficiente o, incluso, comestible. La constante disyuntiva de la población cubana de “comer o…” no ha perdido protagonismo en más de 60 años y, pese a que las situaciones han cambiado con el tiempo, la miseria permanece.
Luego de una crisis tan drástica como la que se vivió en los años 90 en Cuba, quién diría que se iba a experimentar una situación tan similar menos de 30 años después.
Muchos predijeron que la escasez volvería y que el hambre resurgiría, pues la última década del siglo XX no era una película con un final cerrado, sino una serie de Netflix en transmisión, con épocas de mucha intensidad y breves descansos intermedios.
Impensable fue en su momento que la isla cayera en tal escasez contando con tanto mar y tanta tierra fértil, pero ya los cubanos se han acostumbrado al fenómeno. El pescado dejó de venderse por la libreta de abastecimiento a precios subsidiados y comenzó a expenderse, en su lugar, un mísero trozo de pollo importado desde Brasil.
Al menos se podía comer carne de pollo una vez al mes, porque el resto de los días había que conformarse con cualquier invento que intentara sustituir determinados platillos o engañar al estómago, esos trampantojos como “bistec de toronja”, el “picadillo de gofio”, la “hamburguesa de cáscara de plátano”, la “pizza de condones”, “bistec de frazada” y “café de chícharo”, al igual que las distintas estafas de venta de carnes de tiñosas, garzas, ratas, perros, gatos y hasta despojos humanos, algunas veces ingeridas por ingenuidad e ignorancia, y otras veces por desesperación.
En la isla se habla con nostalgia, y hasta con luto, de aquellos enlatados soviéticos, del banquete de Nochebuena, de los pescados y mariscos, de la carne de res, sabiendo con certeza que el reencuentro es altamente improbable.
La “realidad gastronómica” de los hogares cubanos se compone primariamente por pollo y croqueta, alimentos a la vanguardia en esta crisis donde los huevos, perritos y demás contenido proteico son los premios de horas y horas de colas selectas.
Además, las mezclas de subproductos de apariencia cárnica que se disfrazan con términos técnicos, engañosos y vagos se encuentran en el día a día de los almuerzos y comidas, los que muchos tienen que transformar en orden de sobrellevar su aspecto repulsivo y su sabor peculiar.
“Pollo por pescado” pudiera ser el resumen de toda una cultura del invento y de la transformación. Y es que hay gente que hasta ha ingeniado sustraer extintores a base de CO2 de las empresas para impregnar gas a las bebidas de “refresco gaseado” elaboradas en casa o, como les gusta decir, “artesanales”.
Ya revuelan las burlas de la población sobre si comenzar a preparar el “bistec de toronja” y los “dulces de col” que representaron la hostilidad del Período Especial, aunque subyacen la preocupación y el desespero constante de quien sabe cómo fue y teme profundamente su retorno.