Más allá de las constantes bromas sobre que en Cuba no se come pescado a pesar de ser una isla, los habaneros que no quieren comprar los únicos subproductos del mar que se venden en las tiendas especializadas (los tronchos de peces de presa y las croquetas de claria, un pez gato considerado plaga) acuden a las áreas del Malecón relativas a los municipios de Habana Vieja y Centro Habana para comprar los productos que ofertan los pescadores independientes.
Los negocios particulares también se abastecen con el pescado fresco que atrapan los numerosos pescadores que se establecen en el Malecón de La Habana a tempranas horas y hasta el mediodía.
Esta es la mejor solución para enfrentar la profunda escasez evidente en los comercios estatales.
Los dedicados al oficio de la pesca son, en general, vecinos de la zona que han encontrado en su rústica actividad un modo alternativo de generar un sustento y suministro fijo de alimento a sus familias.
Mauricio, un joven de 15 años, admite faltar a la escuela muchas veces por dedicarse a pescar. En los días que logra generar bastante mercancía, la tiene toda vendida para el mediodía.
Otro joven llamado Leymen asegura que todos en su familia se dedican a este oficio, por lo que se turnan entre su abuelo, su papá, su hermano y él para ir a pescar al Malecón, y así no afectar demasiado sus otras ocupaciones como el trabajo o el estudio.
Iván, otro pescador del Malecón desde hace más de diez años, compara el sitio como un «Mercomar al aire libre», dado que mucha gente que pasa por el lugar pregunta por la oferta y hasta compra, pero también hay muchísimos clientes fijos (que adquieren para consumo propio o para negocios privados) que siempre llegan temprano para comprar la mejor mercancía. Aunque no hay puntos ni instalaciones de venta, allí llega muchísima clientela y arrasa con todo el producto que ofrece el centenar de pescadores.
Asela se encarga, además de otras responsabilidades, de hacer las compras diarias para una prestigioso paladar de la Habana Vieja, reconocido internacionalmente y adonde han ido a degustar numerosas celebridades.
Por ello, prefería ir absolutamente todos los días, antes de que la COVID-19 arrasara con el comercio gastronómico nacional e internacional, a comprar en el Malecón los productos del mar. Confiesa que tiene «comprarle a la gente de los botes, no a los del muro», porque el producto de los botes es de mar adentro. De las tiendas no se confía porque es de mala calidad, muy caro y casi nunca aparece.
Gilberto, un cliente habitual del “Mercomar al aire libre”, coincide con Asela, pues compró una vez un paquete de merluza que no sabía a nada y resulto muy caro.
El malecón ya va desde mercadillo informal a tienda especializada por departamentos, ya que se pueden adquirir rollos de nylon de distintos calibres, varas de pescar, anzuelos, carnada, redes, etc.
Los mismos vendedores sostienen que no han sido molestados nunca por el negocio. Uno de ellos, Rubén, comenta que siempre hay algún policía que se pone pesado, pero no es la mayoría y, dado que no existen tiendas que oferten estos productos, ellos son la mejor opción para adquirirlos, y para ellos es una inversión redonda, pues gran parte de los artículos para la pesca que ellos comercializan son comprados en el extranjero y revendidos por el doble de su precio original.
La situación de escasez con la que se vivía hasta hace unos años se recrudeció con a llegada del COVID-19, por lo que la pesca en el Malecón ya no es solo una tradición o un hobby; responde a la necesidad de buscar comida y dinero para subsistir. Y mientras, nos seguimos preguntando lo mismo: ¿cómo en una isla nos siguen vendiendo gato por liebre o, en este caso, pollo por pescado?