Si algo sobra en la silueta arquitectónica habanera es encanto. Las calles lo exudan, los perros y gatos callejeros saludan al habitual y al pasajero y, a pesar de la recurrente falta de higiene (aunque no por falta de esfuerzo: hay más barrenderos en el país que cafeterías en Centro Habana), caminar por La Habana provoca sensaciones tanto de repulsión como de deleite: depende de a qué lado de la calle se mire al deambular, quieres tanto hacerte un selfie innovador como no volver a poner pie en la calle ever again, pero el downtown es imprescindible en la épica búsqueda de alimentos y utensilios. Y, ubicados ya con el spanglish, nos podemos remontar a la República.
La tienda El Encanto se consolidó como modelo de Gran Almacén en la década del 50 del pasado siglo, y milenio, si se requiere de especificidad. Contando con un edificio de seis pisos y 65 departamentos de compras diferentes en la capital y consiguiendo una expansión significativa hacia el resto de las provincias de la geografía cubana, El Encanto tenía todo para convertirse en la tienda del momento. Una ubicación privilegiada, estrategias de venta para nada improvisadas y, ante todo, un buen servicio al cliente caracterizaban el ambiente que se respiraba en el local: el “¡que pase un buen día!” no faltaba desde el niño que lustraba zapatos afuera hasta al gerente del establecimiento.
En 1952, la marca de ropa y complementos Dior, afincada en París (¡qué chic!) concretó un contrato de distribución con el cada vez más exclusivo establecimiento comercial habanero, lo que condujo a una concatenación de visitas hollywoodenses (y aledaños) al centro, tales como John Wayne, la “Doña” María Félix, César Romero y Tyrone Power, quien protagonizó un comercial televisivo para el local. Se convirtió en punto de referencia obligatorio, recibiendo solicitudes de confecciones de cualquier parte del continente americano, incluyendo en su cartera de productos las canastillas, ajuares de novia, etc. y ofrecía hacer ajustes dentro de sus servicios. ¡Cuánto caché!
Siendo una franquicia con gran cobertura nacional, con sucursales en todas las principales ciudades del país, comenzó pequeña y en cuestión de 60 años se hizo con la crema y nata de La Habana de los 50. Fue emplazada en 1888 en la actual esquina de la calle Galiano, con San Rafael y San Miguel a los costados. Sus propietarios, los emigrantes hermanos asturianos José (Don Pepe) y Bernardo Solís fundaron una “sedería” o, en cristiano, tienda de telas. El éxito viene dada su capacidad de innovación, prácticas comerciales y referentes de negocios, gestiones que todavía se estudian, reevalúan y reproducen en sus actuales homólogos.
Llegada la República, El Encanto se expande y se articula como almacén gracias a la gerencia novedosa que se implementaba por, entre otros, sus dueños y el también asturiano “Don Cesáreo” César Rodríguez González, primer presidente de El Corte Inglés una vez retornado a la Madre Patria y fundador de los capitalinos Almacenes Ultra, inmueble que sigue en pie, como si no hubiera pasado el tiempo, ni una escoba.
Desde principios del siglo XX, se configura como una tienda por departamentos, marcando el mercado debido a la tempestiva introducción de prácticas comerciales innovadoras para la época como el control y la inteligencia de negocio, el escaparatismo (lo que coloquialmente se conoce como vidrieras), escaleras mecánicas, concentración vertical en ciertos productos, etc. El trabajo que en cuestiones de marketing se venía desarrollando en el almacén permitió que los productos y servicios fueran demandados por un mayor porcentaje de la población, de clases alta y media, por supuesto.
El triunfo revolucionario de 1959 conllevó a su confiscación y posterior utilización como almacén de suministros, eliminándose la venta al público, lo que prácticamente había desaparecido durante los meses anteriores debido a la reorganización que acontecía.
Tienda de lujo por excelencia hasta un desafortunado (y provocado) incendio, el almacén servía pequeña, mediana y gran distribución de encantos: encantos de la más codiciada alta costura, encantos de pret-a-porter, encantos para la dama y para el caballero; encanto autóctono, al final, de La Habana.