San Lázaro es un santo con la capacidad de unir a los cubanos en la vida y en la fe. Poco importa que estos sean católicos, laicos, yorubas, opositores u oficialistas.
El salón de las ofrendas que se le entregan al santo es prueba de esta diversidad. Allí se pueden encontrar desde sencillas estampillas y objetos valiosos hasta charreteras con grados militares que fueron ganados por los cubanos cuando pelearon en la lejana guerra de Angola.
“Es un santo muy poderoso, todo el pueblo de Cuba lo quiere y le pide mucha salud”, dice Osmel Morgan, quien reside en Miami, pero que cada vez que visita la Isla le rinde culto al Viejo.
En realidad en la Isla se veneran tres Lázaros en uno. El primero, el que llegó de la mano de los católicos españoles: San Lázaro de Betania, quien fuera resucitado por Jesús y se convirtió en obispo. Esa es la imagen que se encuentra en todos los templos católicos; pero no la que mayor devoción inspira en Cuba.
Otro Lázaro reina en el imaginario popular: el mendigo, leproso con muletas que se hace acompañar por dos perros hambrientos que les lamen las llagas de las piernas. Ese Viejo arribó a las Antillas traído por andaluces y canarios.
Por último está el Lázaro de los esclavos africanos: Babalú Ayé, rey yoruba que fue castigado con enfermedades de la piel por toda su vida y terminó por convertirse en orisha al saber llevar con estoicismo su penitencia y dedicarse al bien.
El San Lázaro que veneran los cubanos es la síntesis de estas tres figuras que ha calado en la devoción popular y a los que los naturales de la Isla llama el Viejo Lázaro.
Del obispo tomó el color morado y el día de la festividad (17 de diciembre); del mendigo leproso, la imagen desvalida; y del orisha los poderes curativos y la furia de castigar a los que no cumplen las promesas.
El Viejo Lázaro, a pesar de ser uno de los ejemplos más representativos de la cultura y la nacionalidad cubana, fue siempre marginado de los templos católicos y su creencia condenada por el ateísmo estatal cubano por treinta años.
La capilla que se le levantó en el jardín del Santuario Nacional de San Lázaro es un acto de justicia al pueblo de Cuba y está escoltada por las banderas de aquellos países donde reside la diáspora cubana.
Al santuario llegan cada fin de semana más de 10 000 personas (que se convierte en 80 000 el 17 de diciembre). Desde que en enero de 1998 el Papa Juan Pablo II ofreciera allí una homilía durante su visita a Cuba, comenzó a ser frecuentado también por las autoridades cubanas que desde entonces mantiene muy buenas relaciones con la Iglesia.
El promotor de la capilla afirma que a pesar de la reticencia de una parte mínima del clero la capilla se pudo construir porque “cambian los tiempos, cambia el lenguaje y por supuesto la Iglesia también tiene que cambiar”.
Oficialmente la Iglesia continúa sin aceptar al Viejo Lázaro, pero ya está reconociendo que la devoción popular debe ser respetada y tenida en cuenta.
Que casi simultáneamente a la erección de la capilla el sacerdote Silvano Pedroso se convirtiera en el primer obispo negro en la isla en 500 años es una muestra de que la Iglesia católica cubana está cambiando y se muestra mucho más interesada en acercarse al pueblo.