Yo era una niña cuando una vecina de la escalera se fue para Estados Unidos. ¡Vaya, qué historia! ¡Como si nadie nunca se hubiera ido para el país norteamericano! Pero la cosa no se acaba ahí. No era precisamente discreta al respecto y la gente cuenta que se notaba desesperada por abandonar el territorio. Tampoco era la única. Yo no me enteré bien del asunto (por supuesto, era una niña, solo me interesaba ver series españolas y mataperrear un rato – nada de Barbies ni casitas). No fue hasta que productores independientes se interesaron en su historia (y llegó a ser bastante conocida por ella) y realizaron un cortometraje documental sobre el tema que yo supe verdaderamente lo que pasó.
Yo debía tener unos 3 o 4 años, no más que eso, cuando ella llegó a tierras estadounidenses a principios de los 2000. Escuchaba a los vecinos y a mis padres murmurando, pero yo era muy pequeña para darme cuenta de los detalles. Como 3 años más tarde llegó entonces el video de la entrevista a Cuba y, como todo chisme, rápidamente se regó como una plaga.
Sandra, que vivía alquilada dos apartamentos encima del mío, había trabajado como jinetera gran parte de su vida y en el momento estudiaba Derecho en la Universidad de La Habana. Era por ese entonces una muchacha esbelta, con buena figura y piel color café. Aparentemente, no hallaba ninguna forma de mudarse de país de forma legal: ningún papasito la quiso llevar con él, ningún amigo le quiso poner la carta de invitación, no tenía familia en el exterior ni era de descendencia europea ni nada por el estilo. Tras darle muchas vueltas al asunto, llegó a un plan “infalible”.
Se envía a sí misma por correo a Miami tras una estancia de 3 meses en Nassau. Sandra de los Santos había ahorrado durante 4 años para poder emprender ese viaje y su odisea comenzó en mayo de 2004, cuando abandonó Cuba rumbo a la capital bahamesa.
Por supuesto, poner pie en Estados Unidos durante 2004 era más que suficiente para residir legalmente en él solicitando de “asilo político” por la Ley de Ajuste Cubano y “Pies secos, pies mojados” (aunque la mayoría se iban de Cuba por problemas económicos, no políticos). Así que con muchísimas dudas y muy pocos allegados en su apoyo, Sandra se escondió en una caja de madera que pasaría como carga en el avión rumbo a Miami.
Recuerdo que en la entrevista también se añadió una simulación por computadora que mostraba cómo se posicionó dentro de la caja durante las 6 horas de vuelo, por supuesto, en posición fetal y terriblemente incómoda. La caja correspondía a los estándares de una para motor de barco y, para hacer el recoveco más creíble, completó el plan remitiendo el “paquete” a un taller de barcos en Miami, Florida, cuya dirección había averiguado por su cuenta.
Ni siquiera debió haber sobornado a ningún funcionario del aeropuerto o de la empresa de envíos (DHL, por cierto) para conseguir que la dejaran pasar sin problemas, pues, de seguro, ni siquiera revisaron la caja donde ella iba. ¿Quién se iba a imaginar que alguien se metería dentro para llegar al “yuma”?
Sandra llegó viva, por suerte. Se vio con moretones y algunas fracturas por la brusquedad del aterrizaje, pero llegó. Pero un pliegue que aparentemente no conocía era que la solicitud de asilo político por la Ley de Ajuste Cubano era denegada a los llegados como polizones. Imagínense su estado al enterarse de esta letra pequeña.
Se vio entonces envuelta en quince meses de procesos judiciales, en los que corría el riesgo de ser devuelta a Cuba como sentencia. Pero no, después de muchos juicios y esperas, a de los Santos se le fue permitido quedarse como residente transitoria legal (aunque el casi año y medio de proceso legal no le contaron para la residencia permanente del año y un día).
Hace pocos años la vi de nuevo en la escalera. No la reconocí (mamá me lo dijo discretamente), llevaba el pelo lacio y muy largo, un cuerpo exuberante y modas miamenses. Tan mal no le fue entonces.