La Cotorra, la que fuera el agua mineral más famosa de Cuba y que fue barrida por el huracán económico que representó la Revolución de 1959.

Redacción

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La Cotorra, la que fuera el agua mineral más famosa de Cuba y que fue barrida por el huracán económico que representó la Revolución de 1959.

Los famosos Manantiales de La Cotorra, en Guanabacoa, La Habana, pertenecieron al inmigrante gallego Claudio Conde Cid quien, en 1905, traía el agua en tanques desde la Isla de Pinos para comercializarla en la capital del país. El líquido lo extraía de un manantial existente en la localidad de La Fe y para su transporte se servía de una goleta que cubría la ruta marítima Nueva Gerona – Batabanó. Esta engorrosa operación sirvió para identificar la fecha de fundación de la empresa en 1905, año que se utilizaría desde entonces en todas las campañas publicitarias de La Cotorra.

La compañía tomó el nombre de La Cotorra por el ave tan abundante en Isla de Pinos, donde inició el negocio el fundador Claudio Conde, y desde el principio las botellas y botellones distribuidos por La Cotorra tuvieron pintados el ave con sus llamativos colores y el rótulo que identificaría siempre a la empresa: La Cotorra.

De Isla de Pinos a Guanabacoa

Todo parece indicar que La Cotorra se estableció en Guanabacoa en el año 1915, cuando Claudio Conde adquirió los terrenos donde se encontraban los manantiales conocidos como Chorrito del Cura en la Loma de la Cruz. Al mismo tiempo que el empresario gallego realizaba un proceso de inversiones para comenzar a explotar estas aguas continuaba transportando el agua desde Isla de Pinos y vendiéndola en La Habana bajo la marca “La Vida”. En ese entonces los almacenes de la compañía se encontraban en la calle San Isidro y para el reparto se servía de una flotilla de carros tirados por caballos.

Las obras en la Loma de la Cruz se extendieron hasta la década del 20 en que quedó terminado el edificio de la compañía, seguido de tres naves en las que se llevarían a cabo los procesos de purificación por filtros, envase y transportación del agua. También se habilitaron salones de recepción y fiestas. Alrededor se tendió una cerca de hierro hasta la falda de loma para establecer allí los jardines. Entonces abandonó La Cotorra sus otras instalaciones y se trasladó definitivamente para Guanabacoa.

En 1923 la dirección de Sanidad clasificó los manantiales de La Cotorra en Guanabacoa como de primera calidad y no sólo autorizó su uso, sino que lo recomendó como provechosos para los problemas del aparato digestivo y las dispepsias. Se consignó, además, que el consumo del agua mineral La Cotorra beneficiaba cualquier trastorno de la nutrición por suministrar alcalinos y contenido preponderante de sodio, sales de hierro y de calcio.

Hacia 1926, la compañía equipó su planta industrial con un laboratorio con lo mejor de la época para poder analizar las aptitudes del líquido. Por esa razón las aguas llegaban al mercado tras un proceso higiénico y escrupuloso y su calidad era uniforme y óptima.

Figura alegorica a una cotorra en el parque aledaño a la embotelladora La Cotorra.

Proceso de producción

El proceso de producción comenzaba con la llegada del agua a los pozos colectores, que en sus inicios fueron 16 y tuvieron nombres populares como El Indio, La Vida, El Bonito o El Guajiro. Mediante bombas se impulsaba a unas cisternas herméticamente cerradas, para entonces pasar por los filtros de grava y arena sílice y después los de carbón activado, conjuntamente con rayos ultravioletas, que la hacían más inodora e incolora. También, tras una gran inversión de más de 100 000 pesos realizada en los años 40, se introdujo un equipo de refrigeración que garantizaba una perfecta uniformidad en la carbonatación de las aguas efervescentes. Desde allí el agua entraba en la llenadoras mediante válvulas sanitarias y entonces se dividía el proceso en tres líneas de producción: una de botellas y dos de botellones.

En la línea de botellas, cada envase permanecía dentro de la máquina lavadora por espacio de 25 minutos, pasaba por cada uno de los tanques, para recibir la acción esterilizadora de soluciones químicas y agua fresca. Esta máquina que medía 12 metros y pesaba 20 toneladas, esterilizaba 170 botellas por minuto.
De la máquina lavadora las botellas pasaban a la llenadora, que sincronizaba con la anterior y con una tapadora por botones que presionaba las coronas herméticamente a ese mismo ritmo. Las coronas llevaban un corcho y un sello encerado, más un papel fino de cuatro por cuatro centímetros que no se rompía, para extremar la hermeticidad.

Las dos líneas de botellones contaban con máquinas lavadoras – esterilizadoras en las que se usaba soda ASH y fosfato trisódico bien caliente para esterilizarlos. De allí pasaban a las llenadoras rotativas circuladas creadas por el departamento mecánico de la fábrica que cargaba 16 botellones por minuto.

Al almacenarse las botellas se colocaban en cajas de madera de distintos tamaños: 2 y 1 litro, 1/2 y 1/4 de botella, tanto para agua natural como efervescente y los botellones en huacales del mismo material. Estos últimos llevaban a relieve el logo de la compañía.

Estado actual de uno de los manatiales mas importantes de La Cotorra.

Manantiales de La Cotorra: El control de la Salud

La venta del agua La Cotorra se realizaba directamente desde los almacenes de la fábrica a los distintos establecimientos, bodegas y particulares, a los cuales se les llevaba la mercancía hasta la puerta en camiones pintados de verde, que tenían el logo de la empresa pintado en las puertas laterales y en la trasera, donde era más grande y visible. Los trabajadores de estos carros no pertenecían a la plantilla regular de la empresa, eran subcontratados para efectuar el reparto, a partir de un precio fijado. Los choferes ganaban por el extra que lograban en la transacción que podía ser de siete a diez centavos por botellón y con el viajaban dos ayudantes.

Los camiones eran particulares, comprados por los mismos choferes, en muchos casos ayudados por préstamos de la propia empresa La Cotorra. En Guanabacoa y sus alrededores el precio del botellón era de 25 centavos, pero en barrios más lejanos costaba más de 45 centavos y podía llegar hasta 80. Los trabajadores de reparto ganaban por el volumen de sus entregas y al parecer era un buen negocio, pues si en la década de 1920 eran pocos los carros, incluso algunos tirados por caballos, ya en 1944 la empresa contaba con 42 camiones a su servicio.

En 1947 la empresa había establecido 69 sucursales de venta en todo el país. Se trataba de una marca confiable que competía muy bien con gran cantidad de compañías dedicadas al negocio del agua mineral en el país. Incluso, en la misma Guanabacoa, tenía competidoras como las marcas San Agustín, Lobatón, Fuente Blanca y otras ocho que existían en el término.

Entre los eslóganes comerciales que a lo largo de su existencia identificaron a La Cotorra, el más famoso fue “La Cotorra el control de la Salud”, aunque también son recordados otros como “Límpiese el estómago y se sentirá usted bien. Tome en las comidas agua mineral La Cotorra” o ” !Siempre la Primera! La primera en descubrir el mejor manantial. La primera en instalar los más modernos equipos de embotellado. La primera en adoptar la innovación beneficiosa a la salud pública. La primera en crear y mantener un parque y jardines para el entretenimiento público. La primera en llagar cuando usted pide un botellón La Cotorra”.

Vista general de los baños del obispo uno de los manatiales mas reconocidos de Guanabacoa.

Los Jardines de La Cotorra

La inversión que se realizó en los años 20 incluyó la creación de los jardines y un salón de fiestas en las planta baja del edificio central. Ambas cumplían con un objetivo comercial: ofertar y vender los productos de la empresa en medio de fiestas y el ambiente placentero que brindaba la vegetación y las piezas de la Loma de la Cruz.

Los salones eran utilizados para reuniones de clubes, gremios y otras organizaciones y asociaciones que deseaban dar fiestas a puertas cerradas.

Sin embargo, fueron los Jardines de La Cotorra los que calaron más profundamente en el imaginario popular. Estaban rodeados por una cerca metálica que abarcaba desde la calle Molino hasta el frente de la Industria, por toda la calle Corral Falso.

La entrada a los Jardines de La Cotorra no era independiente de la fábrica. El visitante accedía a través de una garita, que daba paso a una fuente, de la que partían caminos empedrados hasta las sombrillas de madera y guano colocadas sobre el piso cementado. Había,además, una pequeña nave de madera con servicios sanitarios. El lugar resultaba agradable por su follaje exuberante y era muy atractivo para los niños pues contaba con un parque de diversiones.

En la década de 1950 a la entrada de los jardines se habilitó una amplia explanada que era utilizada para actos públicos, recibimientos y fiestas populares. Estaba presidida por por un reloj con la enseña nacional y elementos decorativos alusivos a La Cotorra. A unos metros se construyó una gran glorieta de horcones de cemento que imitaban árboles cuyas ramas se entrelazaban sobre el techo de la cúpula y las barandas. También contaba con bancos que semejaban troncos cortados por la mitad. Este se convirtió en el sitio favorito de los vecinos de Guanabacoa para la celebración de cumpleaños, reuniones de amigos y fiestas de 15. Desde la glorieta partía un camino de piedras hasta la cima de la loma, desde la cual se podía disfrutar de la gran vista que ofrecía el norte de La Habana y su bahía.

Por el acceso directo por Corral Falso se levantaba una gran tapia de mampostería y rejas – que bordeaban toda la avenida – que exhibía el mismo decorado del árbol existente en la glorieta y a unos pasos una jaula llena de cotorras.

Desde el mismo camino de piedras se avistaba otra garita utilizada para la venta de productos. Así se llegaba a una majestuosa columna de más de un metro y medio de altura, colocada sobre seis escalones, adornada con frisos y arabescos en cuyo extremo superior había una bola que semejaba el planeta Tierra y sobre ella la escultura de una cotorra con las alas entreabiertas que se divisaba desde el exterior.

Por esa misma senda, a unos metros se mostraba la público una réplica de los manantiales, que sólo podía verse a través de un cristal sobre el que se deslizaba una corriente constante de agua limpia. Era una pequeña construcción que reproducía la industria con el logotipo de la marca en un semicírculo superior al centro. El techo era de tejas con un tragaluz en su vórtice y dentro se imitaban los pozos reales con los nombres de La Vida y El Indio. Este lugar era muy respetado, pues significaba la pulcritud que distinguía a la producción y era un tributo de recordación a la marca con la cual se vendieron las primeras botellas de agua mineral de la empresa.

Vista de uno de los manantiales.

También se podía disfrutar de una gran pérgola de columnas con enredaderas que cubrían sus vigas de madera con hojas y flores. Este espacio servía para los romerías y fiestas sociales al aire libre, para los enamorados, para las tardes de encuentros literarios, celebraciones, fiestas y otras actividades. Atrás existían diversos juguetes para el esparcimiento de los niños, organizados por niveles, de acuerdo a las edades; todos de sencilla confección en hierro y madera.

Más próximo a la cima de la loma, por el lado cercano a la fábrica se construyó una pequeña ermita de piedra que, en su cúpula, tenía un nicho en arco con una campana interior y una cruz en el techo. En su interior, al centro de la pared de fondo, un nicho para la imagen de La Milagrosa, que era la santa que se adoraba. Cuenta la leyenda que en este lugar había estado ubicada la choza del indio Bichat, figura de la zona cinculada a la adoración de un cuadro de Jesús de Nazareno.

En el “Relicario Histórico” de 1947, Gerardo Castellanos describía los Jardines de La Cotorra como un parque comercial, pero muy atractivo para los lugareños y hablaba de la tradición de los guanabacoenses de sembrar árboles en los jardines. Dentro de los árboles sembrados, el más comentado fue el de marzo de 1937 cuando estuvo en Guanabacoa la célebre cantante y actriz española Imperio Argentina, quien fue acogida en los Jardines y participó de la tradición dejando en el camino del manantial el recuerdo de su visita.

Fueron célebres allí las canturías campesinas y las citas del Guateque Cubano, que tuvieron como principales anfitriones a los conocidísimos repentistas Justo Vega y adolfo Alfonso, que llevaban a cabo competencias de controversias entre los dos bandos del repentismo: el Tricolor y el Lila. La victoria o derrota era premiada, pero todo era un pretexto para que ganara el disfrute popular y la décima cubana.

La Cotorra: una empresa al servicio de todos

Los Jardines de la Cotorra fueron también preferidos por las sociedades cubanas: la Rosalía de Castro, las catalanas, gallegas, las del Barrio Chino y las escuelas de Guanabacoa e incluso La Habana y Matanzas. Los estudiantes realizaban actividades relacionadas con sus estudios. En excursiones a la loma recogían muestras para sus ejercicios académicos sobre la naturaleza, usaban el parque de juegos y visitaban el lugar histórico de la Cruz, en medio de un ambiente saludable.

Ya en los años 1950 la publicidad de La Cotorra era notoria. Para 1954 se crearon las Pandillas Cabeza de Perro, que promocionaban las marcas mediante la participación de niños y jóvenes en actividades deportivas, bailables y concursos artísticos. Fueron particularmente famosos los torneos de lucha libre, que se transmitieron por televisión en 1952 y 1953. De la misma forma la marca promocionaba campeonatos de béisbol, fútbol, dominó y canasta. También como forma de publicidad La Cotorra entregaba premios y trofeos a equipos y deportistas profesionales.

Ruinas de loa antiguos parqueos y talleres de los camiones distribuidores.

La promoción de los Manantiales de La Cotorra llegó a todo el país y su mayor esplendor lo alcanzó con la celebración de su cincuentenario. Ese año no escatimó recursos y en sus jardines, salones y fábrica homenajeó a su fundador, que para entonces había fallecido, con la develación de un busto que se colocó en la entrada de las instalaciones.

Esta celebración se prolongó por cuatro domingos del mes de noviembre de 1955 e incluyó una misa, ofrecida por monseñor Alfredo Müller en la capilla de La Milagrosa en los Jardines de La Cotorra. También, por parte de la empresa, se colocaron ofrendas florales a José Martí en el Parque de Guanabacoa y el Parque Central en sendos actos que concluyeron con el desfile de todos los trabajadores de la industria por las calles de la capital, acompañados por la flota de camiones, que ya se elevaba a ochenta.

En ese marco tuvo lugar la inauguración de un nuevo salón que se construyó en un segundo nivel, que cambió la fisonomía exterior de la planta. Se efectuaron bailables, romerías, banquetes de celebración con figuras destacadas de la localidad como invitados.

También de notoriedad fue el desfile por toda la planta y los jardines, que acogió a más de 50 000 personas que participaron de tómbolas, ventas en kioskos y las acostumbradas danzas españolas. se recorrieron todas las instalaciones y se condecoraron a 28 trabajadores que llevaban más de 25 años de servicios en la industria, los cuales recibieron el “Distintivo de Oro”. A todos los hijos de los obreros se les agasajó con juguetes.

Para garantizar la protección absoluta de la sanidad de las aguas se compraron los terrenos colindantes con el matadero e, incluso, del otro lado de la avenida, para que, por ningún motivo llegaran a contaminarse los manantiales. Así la empresa llegó a poseer 125 000 metros cuadrados alrededor de los pozos.

Vista del estado actual de la embotelladora La Cotorra.v

Desde el punto de vista laboral La Cotorra nunca tuvo problemas, pues en la empresa no se produjeron nunca huelgas ni enfrentamientos violentos con las fuerzas del orden. Incluso, durante el gobierno del general Gerardo Machado, cuando la crisis hundió la economía de las familias cubanas, La Cotorra mantuvo los salarios al mismo nivel. Estos siempre estuvieron entre los más altos de las industrias embotelladoras de refrescos y aguas minerales.

A pesar de las presiones que sufrió La Cotorra por parte del Ministerio del Trabajo para que despidiera algunos trabajadores fichados como “revoltosos” o “comunistas”, la compañía siempre respetó sus puestos de trabajo. Además, desde 1949, la directiva entregaba a los obreros un centavo por cada botellón de agua vendido para que fuera distribuido entre estos en forma de aguinaldo. Estos fondos se destinaban también para auxilio de los más necesitados o donaciones a causas altruistas. Por último, los trabajadores agrupados en la Sociedad de Beneficencia de los Empleados de La Cotorra hacían contribuciones anuales para la Casa de Beneficencia y Maternidad.

Se cuenta que el fundador de La Cotorra, Claudio Conde, fue un hombre justo que siempre protegió a sus trabajadores, con independencia de sus credos religiosos o políticos y jamás permitió la entrada de la policía a su propiedad. Las escuelas de Guanabacoa, tanto públicas como privadas, se beneficiaron de su ayuda, y los hijos de sus empleados pudieron cursar estudios de nivel medio y superior gracias a la ayuda económica que les brindó. A los obreros honrados, que no se gastaban el jornal en bares les compraba hasta vivienda que después estos liquidaban a través del equivalente a un alquiler mensual.

Vista del estado actual de la embotelladora La Cotorra.

El fin de La Cotorra

Sin embargo ni la bondad probada de su fundador, ni la amplísima proyección social de La Cotorra la salvaron de ser barrida por el huracán económico que representó la Revolución Cubana de 1959.

Al ocurrir la nacionalización de la industria esta pasó a ser la Unidad Administrativa que controlaba aguas y refrescos. En ella se unificaron todas las embotelladoras de agua y quedó como receptora de las botellas de todas las marcas. A partir de entonces cambiaría el famoso nombre de La Cotorra por el de José Ramón Reyes Moro, un vecino de Guanabacoa caído durante los combates de Playa Girón. A partir de 1997 pasaría a ser administrada por la Empresa de Bebidas y Refrescos de Ciudad de La Habana, perteneciente a la Industria Alimenticia.

El septiembre de 1986, el periódico Granma se hacía eco del serio deterioro de las instalaciones industriales de La Cotorra que provocaba constantes interrupciones en la producción y dejaba interruptos a los trabajadores. Según el diario la caldera funcionaba entonces con dificultad y los filtros se encontraban en muy malas condiciones. El artículo daba a conocer las dificultades existentes por la carencia de huacales para los botellones y los frecuentes derrumbes de la loma colindante.

Con la llegada del llamado Período Especial todo fue a peor, los salones de fiesta desaparecieron y se convirtieron en oficinas. El parque desapareció por completó y se convirtió en un solar yermo cubierto por desperdicios. Ya en esa época los manantiales se habían contaminado y la planta se dedicaba sólo a la comercialización de agua del acueducto en botellones en las Playas del Este tras pasarla por sus filtros.

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