Hijo de un padre camionero de bajo nivel cultural y criado en un barrio marginal de La Habana llamado Los Pinos, desde su infancia sufrió la violencia y los prejuicios raciales en su propia familia. Los blancos, por parte materna, eras quienes podían ir a Varadero y tenían pasaporte para emigrar. Él, junto a su hermana Marilín, eran los negros, hijos de Pedro Acosta, quien desde pequeños trató de inculcarles que por ser pobres y de la raza negra tenían que esforzarse mucho más que los demás.
De niño, Carlos bailaba breakdance en las calles y ansiaba ser futbolista. Pero su padre, intuyendo que en aquel medio en que andaba la danza podía ser su salvación lo llevó a la escuela de ballet elemental cuando contaba con tan solo nueve años.
“Aquello era tremendo. Tenía que levantarme a las cinco de la madrugada y coger yo solito dos guaguas para ir a clase, y en el barrio solía andar enredado en peleas porque mis amigos me llamaban maricón. Lo normal es que en aquel ambiente machista en que vivíamos mi padre se hubiera opuesto al ballet porque eso era cosa de homosexuales. Pero no. Él me empujó a hacerme bailarín”.
Luego de continuas faltas e indisciplinas, fue expulsado del colegio y enviado de interno a una escuela de artes en Pinar del Río. En ese lugar se sintió que estaba solo y decidió refugiarse en el trabajo duro.
“Cada miércoles había visita familiar, venían todos los padres a ver a sus hijos y les traían comida y compartían ese rato, pero a mí no venía a verme nadie”. Toda esa rabia y dolor fue volcada en su arte. “La danza era mi salvación y esa salvación nadie me la iba a quitar”.
Según Acosta, al mundo se viene con el don, pero todo lo demás viene del dolor.
“Sí, el dolor: dolor del alma y dolores físicos, porque el ballet es dolor físico para amoldar el cuerpo a que haga tu deseo. Es una paradoja, porque del dolor sale el genio. El castillo no te enseña nada, pero el desierto sí, y a mí me tocó el desierto. Yo no le deseo a nadie ese sufrimiento, esa sensación de soledad, pero es que ese sufrimiento al mismo tiempo es lo que me dio la rabia y la pasión”.
Con la edad de 16 años se hizo con la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne, ya desde ese entonces comenzaba a romper moldes en un mundo donde el color de piel importaba, demostrando así que la danza no es cosa de razas, sino de capacidades.
“Nadie puede imaginarse lo que se siente cuando estás parado en un salón de ensayo y hay 80 bailarines blancos y solo dos negros, y viene alguien y te mira así, de arriba abajo, y sigue caminando. Es muy intimidante. Esa mirada puede decir millones de cosas, o nada, tú no sabes, pero como ya estás predispuesto piensas de todo, y te dices, ‘esto va a ser muy duro, esto me va a costar mucho más que a los demás’”.
A la edad de 18 años fue contratado por el English National Ballet como primer bailarín. Luego, pasó una etapa en el Ballet Nacional de Cuba, donde según afirma se sintió menospreciado y se marchó.
“Yo ya era primer bailarín, había bailado con grandes figuras, y al venir para acá me pusieron como tres categorías por debajo”.
Durante cinco años fue la figura principal del Houston Ballet hasta que en 1998, Anthony Dowell le dio la oportunidad de desempeñar el rol de. Royal Ballet de Londres, desde donde pudo también convertirse en coreógrafo.
En 2015, luego de despedirse del ballet clásico, regresa a vivir en La Habana desde donde funda su propia compañía Acosta Danza.
“Yo podía haberme dedicado a una vida de ocio y olvidarme de todo, pero no regresé a Cuba para eso”, explica Acosta. “Ahora tenemos este espacio y también funciona aquí la escuela, pero mi gran sueño es salvar el fabuloso edificio de la Escuela de Ballet del Instituto Superior de Arte (construido por el arquitecto italiano Vittorio Garatti en los terrenos del antiguo Country Club) y hacer allí la sede del proyecto”.
La escuela tiene como principal objetivo el preparar bailarines versátiles y que sean capaces de llevar a la par la danza clásica y moderna, sirviendo así como cantera a Acosta Danza. Hoy cuenta con 11 alumnos, graduados todos de nivel elemental.
“Los formo para mi compañía, pero cuando se gradúen, con el perfil que salen pueden hacer una carrera clásica o contemporánea. En mayo serán las audiciones para el próximo curso, en el que habrá 10 cubanos y por primera vez 10 extranjeros que hemos seleccionado, gente con talento pero sin recursos, cuya formación será pagada por mi fundación”.
Al hablar con Carlos Acosta resulta evidente que más allá de los logros alcanzados en su carrera en la danza, sigue siendo aquel niño sensible que jugaba en el barrio de Los Pinos y que el duro trabajo fue lo que le dio la pasión para seguir adelante y hacer que hoy esté donde está y que siga adelante.