El misterio que rodea a este peculiar hallazgo se remonta a los tiempos de la colonia, específicamente durante el tiempo en el que en Camagüey vivía el padre Valencia, de la orden Franciscana.
Según se cuenta, en una ocasión un grupo de pescadores encontraron una misteriosa “Cruz de Sal” en las salinas cercanas a Santiago de Cuba. Al recogerla, se la llevaron a un señor llamado don Pedro Alcántara Correoso, quien era un entendido en este tipo de cosas.
Alcántará no mantuvo en su poder la cruz por mucho tiempo, ya que se la regaló luego al padre Valencia, su buen amigo.
La cruz fue trasladada con sumo cuidado a Puerto Príncipe y se colocó en una urna de cristal cerca del Altar Mayor del Asilo de San Lázaro. Los fieles que visitaban el sitio se postraban ante la cruz a pedirle por sus familiares y le atribuían poderes sobrenaturales.
El padre Valencia, al respecto, aseguraba que mientras la Cruz de sal permaneciera allí, los habitantes del pueblo disfrutarían de prosperidad, pero el día que se deshicieran de ella ocurrirían terribles desgracias al punto de borrar del mapa a toda la provincia e incluso traería como consecuencia el fin del mundo.
La cruz estuvo en el pueblo durante muchos años, pero un día, cuando nadie se lo esperaba, al entrar a la iglesia descubrieron que la cruz había desaparecido sin dejar rastro. Los habitantes del pueblo se volvieron como locos e incluso se celebraron misas para pedir a Dios que los perdonara y que los protegiera de cualquier desgracia que se avecinara.
Pasó el tiempo y nunca llegó a pasar ninguna catástrofe en el pueblo, pero el recuerdo de la cruz quedó en la memoria de sus pobladores al igual que las palabras del padre Valencia, quien siempre dijo que el pueblo estaba maldito por haber dejado que le robaran la cruz. Sin embargo, hasta el sol de hoy, la provincia Camagüey sigue en el mapa y ya nadie cree que una cruz pueda borrarla y mucho menos causar el fin del mundo.