Que pasear Bayamo en un coche es una de las tradiciones más antiguas de Cuba no lo puede discutir nadie; pero que, de un tiempo para acá los cocheros están llenando las calles de la ciudad de excrementos de caballos, tampoco.
Sonia Hernández es una entre tantos barrenderos que madrugan en la Ciudad Monumento para mantener la higiene de la urbe.
Por eso puede asegurar mejor que nadie que las principales arterias de la urbe se han convertido en un gigantesco y público depósito de heces y orine de caballo.
«Antes había menos excremento en las calles, pero hoy cualquiera puede encontrarse varios montones a la hora de comenzar a barrer. Hay cocheros muy desconsiderados que botan el estiércol con toda intención en el medio de la vía», denuncia Hernández.
Otra de sus compañeras, Yanieska Ramírez Matos, quien se encarga de la limpieza de la calle Ocho, afirma que durante su trabajo ha visto como los conductores de los coches patean los culeros de los caballos para que los excrementos de los animales caigan a la vía pública: «Una vez le reclamé a uno porque lo hizo delante de mis ojos y me contestó que a mí me pagaban por limpiar la calle. Fue una falta de respeto muy grande», comentó al periódico local.
Los trabajadores de Servicios Comunales se quejan de que se desgastan barriendo y limpiando las calles y los cocheros de forma premeditada les echan a perder su trabajo.
Mas, no son sólo los encargados de la limpieza de las calles los que tienen inquietudes relacionadas con los problemas que provocan los coches en Bayamo, que según los datos ofrecidos por el Gobierno del municipio mueven unas 45 mil personas diarias.
Las cativanas – coches de tracción animal con forma rectangular y bancos a los lados – suman unos 320 en Bayamo, a los que se suman otros 230 coches tradicionales que pagan licencia como transportistas privados.
Sin embargo cálculos conservadores aseguran que otros 200 de ambos tipos ruedan de forma ilegal por las calles de la urbe, los que significa que unos 800 caballos recorren a diario la ciudad.
Tal número de animales provoca un problema de escasez de sitios de descanso para esos animales:
«Existen cuatro pesebres en zonas periféricas de la ciudad, y sabemos que son insuficientes; lo que provoca que muchos caballos duerman en el patio de las casas. En ese sentido, una de las proyecciones es crecer en la cifra de establos colectivos, a pesar de que hay personas que se resisten a mover a los equinos de sus viviendas», explica Carlos Manuel Torres Elias, presidente del Gobierno en Bayamo.
Del mismo criterio es Luis Alfonso Guerra Cordero, jefe del Departamento de Higiene Comunal del Centro Provincial de Higiene y Epidemiología, quien afirma que muchos cocheros llevan a los caballos a dormir a sus hogares como si fueran perros o gato, una pésima costumbre que puede provocar enfermedades, pues las heces del caballo son el caldo de cultivo de numerosos microbios y bacterias como la Clostridium tetani, causante del tetanos.
Para evitar que los cocheros continúen con la cariñosa práctica de dormir con sus caballos la dirección de Higiene del municipio Bayamo cuenta sólo con siete inspectores, lo que convierte la labor casi en una misión imposible.
También pueden los infractores ser multados por los inspectores del Gobierno municipal, 23 parejas, pero estos deben controlar, además, otras 20 actividades diferentes.
«En los primeros seis meses de 2020 aplicamos cerca de 300 multas, por distintas causas: muchos cocheros que no poseían el doble saco para recoger los desechos, por circular sin la documentación requerida, andar sin rótulo identificativo, arrojar estiércol a la vía pública, por pesebre en mal estado técnico, el colector mal colocado, entre otras contravenciones», termina Cordero.
Los excrementos de los caballos se secan con el sol y terminan convirtiéndose en polvo que se esparce por todas partes debido a la fuerza del viento. Cae sobre las casas, sobre las personas… sobre los alimentos.
María Isabel Ayala, una cuentapropista que tiene un pequeño puesto de venta de alimentos ligeros en la calle Ocho se refiere a este peligroso fenómeno: «Las personas siempre compran algo porque ven el esmero y la decencia, pero no debo negar que cuando surge ese polvo resulta complejo trabajar para los clientes».
Y María es sólo una gota en el mar, en las cercanías de su pequeña cafetería y en las rutas más transitadas por los coches funcionan 52 establecimientos privados y estatales que se dedican a la venta de alimentos y varios hospitales.
Las personas se han acostumbrado y ya no perciben el riesgo real que esto representa para su salud, pero Luis Alfonso Guerra, presidente del Gobierno municipal insiste en que se deben ir buscando variantes para que los alimentos no queden expuestos al polvo asesino.
La explosión de coches en Bayamo se produjo durante la década de los 90 con el Período Especial. A partir de esos años el cochero – que siempre se distinguieron por su buena presencia y amables modales – comenzaron a degenerar sus formas y a perderse la tradición. Luego llegarían las cativanas que terminaron por desvirtuar por completo el tradicional coche bayamés.
Estas cativanas son un gran negocio, porque en ellas caben de diez a doce personas por lo que se han extendido como incendio forestal; mientras que los coches tradicionales han ido disminuyendo su número e, incluso, han ido a parar a La Habana o Matanzas, comprados a muy buen precio por cuentapropistas de estas provincias.
Los cocheros, por su parte se defienden de las acusaciones que a granel les llueven: «Hay un grupo de cocheros indisciplinados, es cierto, pero casi todos cumplimos nuestras obligaciones; de lo contrario la ciudad fuera un caos». Afirma Julio César Pompa Matamoros, quien maneja una cativana en la piquera de la terminal de trenes.
Hacen referencia los cocheros a los enormes trabajos que pasan los que se dedican a su profesión. Cada uno debe gastar hasta 80.00 pesos diarios en hierba y pagar 200.000 pesos al mes por la licencia y por el corral; sin contar la lata de miel que cuesta otros 110.00 pesos.
«Antes, por la Asociación, nos vendían una lata de miel a siete pesos, pero ahora tenemos que comprarlo todo, desde una herradura, un clavo hasta cualquier arreglo y todo cuesta demasiado caro», se queja otro que hace constar que,a demás, los cocheros son «constantemente chequeados, no solo por la policía, sino también por los compañeros de registro pecuario, los azules, los de higiene…».
Algunos radicales proponen que los coches deben desaparecer o, al menos, reducirse al mínimo en aras de minimizar el impacto ambiental. Pero esto provocaría no sólo una crisis en el transporte de la ciudad, ante la carencia de otras alternativas, sino también la pérdida de numerosos empleos formales e informales.