Cuando Albert Einstein visitó La Habana y el sol lo castigó con ganas…

Redacción

Cuando Albert Einstein visitó La Habana y el sol lo castigó con ganas...

Una soleada mañana de diciembre, casi tórrida para un europeo en traje, esperó en el puerto habanero al premio Nobel de Física 1921. Así que lo primero que hizo al desembarcar del vapor Belgenland, luego de unas breves declaraciones protocolares conforme a su pacifismo- “La ciencia une a los hombres y evita las guerras”- fue indagar dónde adquirir con urgencia un sombrero.

Debía protegerse de la cegadora claridad del trópico. Estaría harto de que su siniestra hiciera de visera. El, como Newton, a quien volteó de un tirón con su teoría de la relatividad, era zurdo, aunque muchas fotos lo toman firmando con la derecha.

Los dueños de la más cara tienda habanera de entonces, El Encanto, fueron prestos. No dejaron que el científico alemán de origen judío, que por demás sudaba a mares por el calor, pagase el mejor jipijapa de su colección de sombreros. Einstein insistió. Para retribuir el gesto, el gerente José Solís le propuso tomarle una foto. Gonzalo Lobo, fotógrafo de los elegantes almacenes y el mejor retratista de la capital, hizo la toma el 19 de diciembre de 1930.

El aire entre burlón y cansado del científico, con desperfectos en el enfoque, dominó después uno de los escaparates de la tienda a modo de atractivo comercial junto a una docena de fotos del reportero gráfico Rafael Pegudo, del periódico El País.

Foto tomada a Albert Einstein en La Habana, el 19 de diciembre de 1930, en el estudio de la tienda El Encanto.

Como es fácil suponer, Einstein era un tipo curioso, reparaba en los detalles. Quiso saber por qué el sombrero obsequiado era llamado panameño cuando asumió que era de factura cubana. Ni lo uno, ni lo otro, le explicó Solís. La prenda, que podía ser vapuleada sin que perdiera su forma, era originaria de la región ecuatoriana de Jipijapa, donde es endémica una palma homónima trenzada por los indígenas.

Einstein venía del puerto de Amberes en tránsito hacia San Diego, Estados Unidos, donde en Pasadena lo esperaba Edwin Hubble, director del Instituto Tecnológico de California, para que perfeccionara su Teoría General de la Relatividad en el observatorio del Monte Wilson, entonces el más avanzado de la época.

“Los reporteros hicieron preguntas particularmente insustanciales a las cuales respondí con chistes baratos que fueron recibidos con entusiasmo”, narró no sin sorna en su diario al comentar las primeras impresiones en la isla.

En La Habana lo atiborraron de pleitesías. Era el científico más popular del siglo, el niño que a los cinco años tocaba el violín, que a los siete manejaba unas matemáticas de adulto y que a los doce conocía la geometría euclidiana, que estudia las propiedades del plano y el espacio tridimensional.

Asistió a una recepción preparada en el paraninfo de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, a cargo de esa institución y de la Sociedad Geográfica de Cuba. En el libro de oro estampó: “La primera sociedad verdaderamente universal fue la sociedad de los investigadores. Ojalá pueda la generación venidera establecer una sociedad económica y política que evite con seguridad las catástrofes”. Hoy día, una tarja en la fachada de la institución, consagra el acontecimiento.

Einstein dirige un saludo a sus anfitriones cubanos en el paraninfo de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana

Einstein, quien entonces tenía 51 años y viajaba junto a su segunda esposa y prima Elsa Einstein Lswenthal, saludó a la comunidad judía de La Habana, almorzó en la azotea del hotel Plaza junto a un grupo de científicos cubanos y en la tarde del mismo día de su llegada, pidió conocer paisajes campestres. En un par de autos, la comitiva recorrió los predios de Santiago de las Vegas, se aproximó al recién inaugurado aeropuerto de Rancho Boyeros, a la Escuela de aviación Curtis, la Escuela Técnica Industrial, el asilo para enfermos mentales de Mazorra y los jardines del acueducto de Vento. Luego marcharon hacia al exclusivo reparto de Miramar y pasaron sin detenerse por delante de las Sociedades del Havana Yatch Club y el Country Club.

A las cinco de la tarde Einstein asistía a una recepción en la Sociedad Cubana de Ingenieros. Aunque invitada a dormir en el recién inaugurado Hotel Nacional, entonces la sensación de la ciudad, la pareja decidió pernoctar a bordo del Belgenland.

En la mañana del siguiente día, y cansado de tanto oropel, el padre de la revolucionaria ecuación E=mc2 pidió al director del Observatorio Nacional, capitán de corbeta José Carlos Millás y a su esposa, que lo llevaran a conocer la otra cara de la ciudad, la antiturística. Millás lo complació, paseándolo por solares de la Habana Vieja y los barrios marginales de Llega y Pon y Pan con Timba, además del bullanguero Mercado Único. Einstein, quien era fácil para las humoradas, rió a gusto con la imaginación de tales nombres, pero comprendió el drama de una sociedad asimétrica y racista.

“Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz que afecta principalmente a las personas de color.”

Resumió en su diario la experiencia contrastante de estas farragosas horas habaneras.

A la una de la tarde del 20 de diciembre de 1930, el Belgenland zarpó hacia el canal de Panamá. Se cuenta que lo último que vieron sus anfitriones cubanos fue a un Einstein, desaliñado y sonriente, diciendo adiós con su jipijapa cortesía de El Encanto.

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