En la calle Humboldt, muy cerca de la emblemática y populosa Rampa del Vedado, se encuentra la antigua paladar Hurón Azul, que fuera sitio preferido por los turistas extranjeros y los cubanos amantes de la buena mesa, hasta que fue intervenida por las autoridades y reconvertida en un restaurante estatal.
Eduardo, un jubilado que ganaba buenas propinas cuidando los automóviles de los comensales que visitaban Hurón Azul afirma que cuando el Gobierno expropió el negocio – cuando era uno de las mejores paladares de principios de siglo – “asesino también el barrio”.
Lo cierto es que desde que paso a ser gestionado por el Gobierno el restaurante Hurón Azul ha perdido todo el prestigio y el renombre gastronómico del que gozaba. Las guías turísticas ya ni lo incluyen ni lo recomiendan y en la cuadra que vivía de lo que se derramaba en la paladar “no se mueve ni un peso”, asegura Eduardo.
La antigua paladar Hurón Azul pertenecía en 2008 a Juan Carlos Fernández García, quien en ese entonces tenía 47 años de edad. Contra él, la Dirección Técnica de Investigaciones (DTI) armó un expediente en el que se le acusó de cometer ilegalidades en su negocio, adquirir varias viviendas con las ganancias y tener un “elevado nivel de vida”.
Eran años en que en Cuba estaba “estrictamente prohibida” la compraventa de inmuebles y los dueños de paladares no podían tener más de doce sillas en sus negocios o servir platos a base de langostas o camarones.
Con las reformas de Raúl Castro algunas de estas absurdas normativas desaparecieron, pero ya a Fernández García el rodillo le había pasado por encima.
“Empezaron a investigar y preguntar a los vecinos, hasta que un día nos despertamos y había un montón de patrullas allá afuera (…) En cuanto vimos a la policía sabíamos que era contra Juan Carlos, porque el negocio había prosperado mucho y era cuestión de tiempo que se le tiraran», cuenta una vecina.
Fernández García no sólo había comprado parte de las casas colindantes para ampliar su pequeño negocio, sino que había viajado al extranjero con su esposa para importar insumos y como mecenas del arte había financiado una exposición en honor a Carlos Enríquez. Demasiado para la corta paciencia de algunos altos funcionarios cubanos.
Para adquirir obras de arte, Fernández García desarrolló un novedoso sistema de trueque. Los artistas llevaban sus obras y el las tasaba en comidas y comensales.
Todos ganaban: los pintores disponían de una buena comida para sus amigos y el propietario de Hurón Azul iba incrementando su pinacoteca en la que se contaban algunas obras que podían adquirir mucho más valor con el paso de los años.
En la redada que siguió a su detención el DTI ocupó en las cinco casas de Fernández García cientos de obras de arte. Además cerraron otros dos restaurantes que también le pertenecían.
El empresario terminó en la cárcel y Hurón Azul pasó a la nefasta red de gastronomía estatal.
A la Mesa, una aplicación que reúne gran parte de los restaurantes de Cuba, no se toma ni el trabajo de recomendar la antigua paladar Hurón Azul, ahora restaurante estatal.
“La comida es mala, el arroz recalentado y los trabajadores siempre parecen cansados”, resume Yudiel, un guía turístico que solía llevar a sus clientes a Hurón Azul en sus días de gloria. “La primera vez que vine, en 2007, era una paladar y nos atendieron en la cava de vinos. Fue una noche espectacular. Después de eso volví con unos turistas hace unos cuatro años y tuve ganas de llorar, la mayoría de los cuadros de las paredes ya no estaban y había una peste a grasa recalentada por todas partes”, comentó.
En la zona abundan los buenos restaurantes privados que ahondan la crisis del antiguo Hurón Azul. Los turistas se informan antes de llegar a Cuba o son informados aquí y ni se asoman al que fuera uno de los locales gastronómicos más famosos de la Isla.
“El Hurón Azul era un referente, todos nos inspiramos un poco en él, pero ahora solo quedan los recuerdos”, expresa una mesera de El Toke, un restaurante privado que goza de muy buena aceptación.
A casi quince años de haber cerrado su local e ir a parar con sus huesos a la cárcel las opiniones de los cubanos sobre Juan Carlos Fernández García permanecen divididas.
Unos opinan que lo que debía haber hecho el Gobierno era inspirarse en él como modelo de gestión empresarial y no machacarlo; otros consideran que él mismo se buscó su desgracia con el acaparamiento y la ostentación desmedida.
Fernández García salió de la cárcel al cabo de un tiempo y montó otra paladar en la Calle 26 en la que le ha ido muy bien.
Sin embargo al contrario de lo que hacía cuando era el dueño de Hurón Azul evita los medios. Aprendió por la vía más amarga que en Cuba, el clavo que sobresale es el que siempre recibe el martillazo.