Félix se pasea de aquí para allá con su chaquetón desteñido y un uniforme de los que solían usar los estudiantes de las escuelas politécnicas. Su ropa siempre está sucia, y aunque todos a su alrededor notan el olor a no baño que siempre carga consigo, él apenas se da cuenta. Félix puede que esté loco, pero siempre anda contento.
Félix asegura que ha visto cimarrones por allá por la zona de El Naranjo, en Holguín, pero nadie cree en sus historias. Muy pocos se detienen a escuchar sus historias atropelladas, de gente que ve; otras sobre comidas con lechón asado al carbón. Habla mucho, en demasía, pero aunque nadie le preste atención, está feliz..
Cuentan los más entrados en años del pueblo que cuando Félix era apenas un jovencito trabajaba en una fábrica y se cayó de un andamio. Dicen que desde ese momento “se le fue la olla”. No obstante, algunos aseguran que Félix es un “loco bueno” desde que nació y que nunca ha tenido noción del tiempo, de los días y que vive feliz metido en sus fantasías.
Félix fuma cuando le regalan cigarros, aunque los que lo conocen del barrio dicen que lo hace en demasía y que los enciende compulsivamente. A él parece no importarle mucho su salud y los disfruta echando humo por la nariz mientras los sostiene en sus manos huesudas e intenta dibujar círculos en el aire.
Su rutina se basa mayormente en recorrer el camino desde la bodega a la panadería, y de esta al círculo recreativo de la zona. En ocasiones, se le suele ver un tanto molesto sosteniendo acaloradas discusiones con su interlocutor imaginario sobre temas que vaya usted a saber de qué se tratan, pero a los pocos minutos vuelve a cambiar el rostro y es el mismo risueño de siempre.
Félix relaciona la nueva torre de televisión digital instalada en el asentamiento con los rayos. Cada vez que llueve se aleja de allí como alma que lleva el diablo, “desde que está ahí caen más rayos en El Naranjo”. Pero cuando no llueve y el sol brilla, la deja de mirar, y entonces está feliz.
En El Naranjo no hay quien no conozca a Félix, quien pese a sus años se mantiene aún bastante fornido. Los choferes que entran al pueblo trasladando personas que llegan por primera vez a la zona, al ver que los visitantes muchas veces se le quedan mirando al pasar junto a él, siempre aclaran que: “Ese es Félix, dicen que está loco, pero él aquí es feliz”.