Luis Antonio Agüero logró en el 2006 el Récord Guinness por acumular un enorme número de argollas en el rostro. A pesar de faltarle una pierna, a diario recorría la calle Obispo y se paraba en los alrededores de la Catedral de La Habana para que lo miraran, le hicieran fotos o, simplemente, le diesen una «bendición».
Hasta su muerte, ocurrida hace pocos años, su cara fue una referencia obligada en la capital; una curiosidad anidada en la mente de los libertinos y ortodoxos. Lástima que haya sido ignorado durante años por los medios de comunicación, no siempre abiertos a estas extravagancias.
Nacido en 1964 en la ciudad de Cienfuegos, Agüero viaja muy pronto hacia La Habana y pasa su niñez en las «casitas de los rusos», en la zona uno de Alamar, antes de acuartelarse, de manera definitiva, en el edificio B-2 de esa comunidad marinera y algo ermitaña.
Allí, junto a su mamá América, varios hermanos y sobrinos a montones, vive una primera vocación: a los veinte años se hace pescador y conoce las soledades de la noche intensa en un bote de poliespuma hecho por él mismo. No vende las merluzas, aunque sí se las come con una avaricia que, a falta de mujer e hijos, buscará, muy pronto, nuevos rumbos.
Embullado por Edel Valdés, uno de sus vecinos en Alamar, lo visité en 2007 y estuve un rato haciéndole preguntas «difíciles» que él contestó sin ruborizarse. Había decidido incluir sus aventuras en mi libro Hijos de la luna, dado a conocer en 2013, y el experimento funcionó, para sorpresa de algunos colegas demasiado escrupulosos.
«Alrededor de 1991 vi a un alemán en la televisión con argollas en la cara. Entonces, de mono, me coloqué varias, dos o tres, no recuerdo bien. Claro, a nadie le gustó la idea. Un señor me advirtió: “Oye, te comiste un camión de locos”. Los amigos, igual, me soltaron un montón de insultos: “¡Estás bobo, quítate eso, te ves muy feo así…!”.
Bueno, la agarraron conmigo. “!Travesti!”… “!Travesti!”, me llamaban jugando. Más adelante, me llevaron para Mazorra. Allí, me hicieron exámenes y, al final, un doctor concluyó el asunto: “Ése no está `tocao`, él está perfecto…”.
«No me guié por ningún modelo a la hora de trabajar mis colgaderas; me paraba frente a un espejo y me las iba colocando, según mis ocurrencias. Eso sí: todas estaban esterilizadas. Mi vieja, quien trabaja en un policlínico cerca del apartamento, me ayudó en esto.
«Durante mis caminatas por el Casco Histórico muestro también mis agujas, los aretes, los caracoles, los collares y otros adornos. ¡Ah…! y uso camisas llamativas, turísticas; forman parte de mi “espectáculo”. Si un mexicano amigo mío cumple su promesa de traerme veinte piercings de titanio, seguro me los pongo. ¿Que si tendré capacidad? Por supuesto, llegué a tener como trescientos en el rostro. Me gusta estar así; quiero ser admirado en el mundo entero, ser famoso».
En el Guinness World Records 2006 aparece una foto suya acompañada por esta leyenda: «El hombre con más piercings. Luis Antonio Agüero, de La Habana. ¡Cuba! Ostenta 230 piercings en su cuerpo y en la cabeza. Solo en la cara se cuentan más de 175 anillos». La nota no es muy exacta; no obstante, avala un alma caprichosa que, en busca de reconocimiento, ha hecho de su existencia un compendio de reglas.
Todos los días se lava el rostro con esponja y jabón, en un ritual que se extiende por varias horas; cuando fumigan, mete sus agujas en alcohol para evitar posibles microbios y, al acostarse, se coloca de espalda, para evitar sufrir alguna herida.
«No perdí mi pierna y ando en muletas por ser diabético, como dicen por ahí. Un mal día, fui a una boda con tres amigos “glotones de bebida” y la moto se volcó en la curva de Gato Verde, en la Vía Blanca. A partir de ahí, he tenido que empezar a vivir de manera distinta, haciendo un mayor esfuerzo.
«Me han buscado periodistas de países muy lejanos y me graban casi a diario. Hace poco, vino la Televisión venezolana… Yo le pedí al director: “Hazme una filmación y te la regalo, no quiero dinero; al final, este señor me obsequió cuatro discos de música tradicional de su país.
«Cuando me saco las agujas en público, me preguntan: «¿Te duele?». No faltan los que casi se desmayan… Actualmente, ya no me agrede nadie. Hasta los chiquillos y niñas juegan conmigo… todos me quieren, aunque me vean raro».
Agüero es, además de una excentricidad, un bien diseñado producto cultural: aparece en el video del tema Hotel California del grupo vocal Sampling y en una publicidad del grupo Buenavista Social Club; trabaja como actor en un cortometraje de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y una foto suya ocupa toda la carátula de un disco de música electrónica de Edesio Alejandro.
Sin dotes intelectuales ni habilidades manuales destacadas, estaba condenado a la intrascendencia, pero él supo plantarle cara a todo el planeta para asegurarse su Guinness y un lugar en el anecdotario popular. Vale por el esfuerzo.