El Yeti cubano, también conocido como Bicho de María, Monicuatro o Lobo de Güira, es un misterio que algunos campesinos de los valles Pica Pica, Luis Lazo y otras localidades de las Sierra de los Órganos, en Pinar del Río, aseguran haber visto con sus propios ojos.
Durante mucho tiempo se dudó de su existencia, pero los frecuentes avistamientos reportados por montañeses en la más occidental de las provincias cubanas, dio pie a que algunos científicos cubanos se enfrascaran en la tarea de desenmarañar el asunto e investigar. Tras varios años de estudio, el misterio quedó develado en 1982.
Según las investigaciones, desde la década de 1950 existía un extraño animal de grandes proporciones (exageraciones más bien) mantenía en jaque a los habitantes de una extensa zona que abarcaba desde la Sierra de la Güira a la Sierra de Sumidero.
Los campesinos aseguraban que hasta los perros más fieros corrían despavoridos en las noches de luna al escuchar los espeluznantes aullidos del “yeti”; y que, en tiempos de sequía, éste bajaba desde las cimas para satisfacer su apetito al atacar gallineros y corrales. Misteriosamente no atacaba a las aves, se comía solo los huevos.
En el imaginario popular campesino se le atribuían aterradores aspectos al yeti y se le culpaban de os actos más terribles.
Todas las acusaciones no eran más que rumores distorsionados, exageraciones y supercherías de poca monta. No obstante, como el cubano se cuela por el hueco de una aguja, no fueron pocos los cuatreros que hicieron y deshicieron, y luego le echaron la culpa al yeti.
Quienes llegaron a verlo juraban que parecía un perro muy grande, aunque estaban seguros que no se trataba de ningún perro. Otros por su parte, decían que en realidad era más parecido a un oso, aunque nunca se pudo precisar si andaba en dos patas o en cuatro, porque los relatos eran contradictorios.
En una ocasión, un perro fiero de uno de los campesinos logró matar a uno de estos animales. El hombre guardó el cadáver durante algún tiempo, pero después no tuvo más remedio que enterrarlo. Cuando los especialistas intentaron que aquel campesino los llevara al supuesto lugar en el que yacía enterrado el tenebroso animal, el sitio se le había trastocado al hombre y no pudo encontrarlo.
El trabajo de campo arrojó que, en efecto, en la zona había existido un cuadrúpedo no perteneciente a la fauna cubana, el cual fue el causante de la leyenda del yeti cubano.
El aullido, que tenía lugar entre los meses de abril y mayo, quedó demostrado que no era más que un reclamo de apareamiento. Su altura de metro y medio (exageración de los supuestos testigos) quedó desestimada, ya que entre 1980 y 1982 se demostró que los avistamientos con el aterrador ser no eran más que encuentros fortuitos con mapaches y osos lavanderos, animales omnívoros que no atacan al hombre a menos que estén acorralados.
Finalmente quedó claro que los presuntos yetis cubano no eran más que sobrevivientes de la población introducida en la zona en la década de 1940.
A su vez, la investigación demostró además que este animalito que debido a la exageración de algunos se convirtió en un terrible yeti tropical fue introducido en Cuba alrededor de 1939, junto con otros animales, entre aves y cuadrúpedos, de Centroamérica con el objetivo de repoblar la fauna de las montañas de Pinar del Río.
En realidad, se trataba de muy pocos animales que fueron abandonados por sus dueños después de 1959. Desde ese entonces, aprendieron a vivir de manera salvaje en los mogotes más apartados. Su único enemigo era el hombre, que los persiguió hasta exterminarlos por completo.