En la década del 90, luego de la desaparición de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la caída del Muro de Berlín, los hermano Fidel y Raúl Castro implantaron el llamado “período especial en tiempos de paz de Cuba”, que fue una larga etapa de crisis económica que trajo consigo estómagos vacíos, apagones, falta de transporte, escasez de productos de aseo y otro grupo de carencias de artículos de primera necesidad.
Con este Período Especial llegaron también no pocos inventos fidelistas. Uno de ellos fue el plátano-microjet, con el que Fidel puso a los cubanos a darse un prolongado tandeo de plátano burro de todas las formas posibles.
En esa época la principal consigna para los cubanos no era precisamente la trillada “Patria o Muerte” sino la de “comer o morir”, especialmente si se tenían que recorrer grandes distancias a pie o darle a los pedales en las pesadas bicicletas chinas.
A falta de compotas rusas de manzana -venían en pomos de cristal, después utilizados en sustitución de las tacitas de café, desaparecidas del mercado, como tantas otras cosas-, muchas madres las hacían de ‘fongo’: lo hervían con agua y azúcar y las que no tenían batidora, lo pasaban por un colador.
Ya para 1994 los plátanos formaban parte del menú del día a día de los cubanos. Solo los que tenían un poco más edad recordaban aquellas bolas de plátano pintón rellenas de carne molida o queso blanco, sazonadas con cebollas, comino, ajo, orégano, aceitunas, alcaparras y pasas.
Los tradicionales condimentos heredados de los españoles fueron rápidamente sustituidos por culantro, orégano de la tierra, cebollinos, entre otras yerbas, pero en particular por los cuadritos de caldo, de res, pollo, bacon o vegetales.
Con aquellos “calditos”, como se les solía llamar, se le daba gusto a los potajes. En el caso de los chícharos y frijoles colorados quedaban bastante aceptables. Por fortuna, el potaje de frijoles negros, uno de los tradicionales de la comida cubana, quedaba bien con muy poca sazón.
Entre el “top ten” de aquella época se encontraba el arroz saborizado, las croquetas de “ave” (averigua de que están hechas), las frituras de harina con cebollinos (aún se siguen elaborando) y los pudines sin leche o mantequilla, solo con pan viejo, agua y almíbar con sabor a naranja o limón, que quedaban tan gomosos que si usabas dentadura postiza se te podía caer.
Los inventos caseros superaban con creces a los fidelistas. Otro de los aportes del máximo líder revolucionario fue el helado de frutas tropicales, el cual supuestamente tenía un alto contenido de vitamina C, pero que según quienes le metían mano, aquello sabía a frío.
Como las máquinas de hacer frozen, traídas de Argentina y que una vez vendieron helados de chocolate, fresa y vainilla en barquillo, se estaban echando a perder por falta de materia prima, Fidel Castro determinó que en ellas se elaborarían y venderían esos helados sosos y aguados.
Otra las ocurrencias de Fidel fueron las hamburguesas Zas, las cuales estaba hechas de carne de cerdo molida. Antes de lanzarlas al mercado habanero, el entonces mandatario cubano probó las auténticas. En vuelos especiales procedentes de tres o cuatro países, le llevaron varios tipos de McDonald’s. Luego de probarlas, dijo que las Zas eran mucho mejores.
En el caso de las bodegas el producto estrella era el llamado “Cerelac”, una especie de gofio que estaba destinado a los mayores de 60 años. Los ancianos eran quienes peor se la veían, ya que al no poder tomarse el café con leche al que estaban acostumbrados desde niños, tenían que fajarse con el Cerelac, con cocimientos de hojas de limón, naranja o toronja o, en el peor de los casos, con la “sopa de gallo”, como se le decía a la mezcla del agua tibia con azúcar prieta.
Por dólares, además de los ‘calditos’, en 1994 lo más popular eran los ‘perritos’ (salchichas de pollo) de Canadá, el picadillo de pavo de California y los sobres de refresco instántaneo, de fresa, uva o melocotón.