Cuando Liuba viajó por primera vez a Moscú, lo hizo gracias a Giorgi, un amigo ruso que conoció por Facebook y que le invitó a pasarse unas vacaciones con él en su apartamento en el centro de la capital rusa.
Liuba y Giorgi habían estado mensajeándose durante poco menos de un mes. En aquel entonces, ella había comenzado a trabajar como bailarina en centros turísticos de la provincia de Cienfuegos tras terminar sus estudios en la Escuela Nacional de Arte. Aunque estaba consciente de las verdaderas intenciones de Giorgi, se dejó enredar en lo que para ella era una oportunidad de salir de Cuba y ayudar a su familia.
“Yo sabía que detrás de aquella invitación habían segundas intenciones, pero me dejé llevar en el juego. Algunas de mis compañeras de la escuela de arte me habían hablado de Giorgi y de lo que realmente iban a hacer a Moscú durante las vacaciones, pero aun así decidí irme. No le podía decir que sabía en lo que estaba, sino lo espantaría y mi súper objetivo era salir de Cuba de alguna manera. A mis padres les dije que me había ganado una beca de danza y todavía hoy ellos creen que voy a Moscú a estudiar ballet clásico”, cuenta Liuba, quien lleva viajando de La Habana a Moscú con doble vida desde hace tres años.
“En Cuba el picheo era durísimo. Tenía que trabajar casi todas las noches hasta la madrugada. Daba lo mismo si sabía bailar bien o no, lo realmente importante era tener picardía. Una vez que estuve en Moscú fue cuando Giorgi me habló claro. Tenía que devolverle cada peso del pasaje y del alojamiento más un porciento y lo que yo me buscara por encima de eso quedaría para mi. Aquello me pareció un buen negocio”, cuenta Liuba.
La historia de Liuba es bastante similar a la de su amiga Daisy, quien también se graduó de la escuela de danza y comenzó a viajar a Moscú para trabajar en lo mismo. Daisy nunca coincidió con Liuba, ya que estaba trabajando en el negocio de un sujeto llamado Olev.
“La idea es quedarme aquí hasta finales del 2021. El año pasado le liquidé la cuenta a Olev y me quedé con 3000 dólares limpios, sin contar con las cosas que compre para la casa y toda la ropa. De ninguna manera hubiese ganado todo ese dinero en Cuba, aunque bailara todos los días de la semana sin descanso”, confiesa Daisy.
“Conmigo trabajan otras cubanas. Todas somos negras o mulatas, porque los rusos se vuelven locos con nosotras y nos pagan muy bien. Ninguna estudió conmigo, pero hay dos que se graduaron de danza en La Habana y la otra es de Camagüey. Nadie nos está obligando a hacer lo que hacemos, pero no podemos irnos hasta que paguemos el dinero que debemos. Ellos se quedan con el pasaporte y con los pasajes y hasta que no le pagues no puedes salir ni del apartamento sola”, asegura.
“Mi papá es militar y mi madre maestra, pero ellos no sospechan nada de nada. Para ellos, tengo un contrato de trabajo en una reconocida escuela de baile en Moscú y están muy contentos con eso. No puedo derrumbarles esa ilusión”, comenta Daysi, quien asegura que cada vez son más las jóvenes cubanas que ven en Moscú una válvula de escape.
Al no ser necesario un visado, Rusia ha pasado a ser uno de los destinos preferidos para los cubanos. No solo para aquellos que viajan como mulas (transportando mercancía), sino también para jóvenes como Liuba y Daisy que, desesperadas por la miseria y falta de oportunidades en su país, buscan salir adelante por cualquier vía que les sea posible.