Los masones cubanos y en general la Masonería han visto con alegría como, tras décadas de ostracismo, su hermandad ha comenzado a revitalizarse en Cuba.
La masonería surgió en la Isla a finales del siglo XVIII de la mano de los inmigrantes franceses que se establecieron en la mayor de las Antillas tras la revolución de Haití.
Fueron ellos quienes crearon las primeras logias. Luego estas se extenderían por todo el país y se destacarían por su labor en pro de la independencia de Cuba durante el siglo XIX. Respetados y admirados por los cubanos que sentían una deuda de gratitud, los masones vivieron su mayor esplendor durante la primera mitad del siglo XX.
Hasta los inicios de la década de 1960 en que la Revolución encabezada por Fidel Castro se proclamó laica y cualquier creencia se consideró como un “pecado”.
El nuevo Gobierno de la Isla no fue tan lejos como prohibir la existencia de las logias masónicas, pero estas sufrieron el estigma que cayó sobre todos los que no se consideraban “materialistas dialécticos” entre 1959 y 1990.
Una gran cantidad de hermanos abandonó el país y las logias quedaron deprimidas. Ser creyente y masón no constituía delito pero era un estigma que pesaba sobre los cubanos a la hora de conseguir buenos puestos de trabajo en el sector estatal, empleador único de los isleños en la Isla, lo que puso a prueba la fe de muchos.
“Muchos hermanos tuvieron que dejar la masonería, se les aflojaron las patas, porque si estabas en la masonería no podías trabajar”, cuenta Vélez, un viejo masón que no flaqueó ante la silenciosa persecución.
Para sobrevivir montó un puesto callejero de comida hasta que la llamada “ofensiva revolucionaria” de 1968 se lo expropió.
Luego cultivó café en una empresa agrícola estatal, trabajó en una fábrica de tamales y en 1972, gracias a las gestiones de un hermano masón, pudo finalmente, conseguir un mejor puesto como recepcionista de una posada hasta su retiro en 1994.
Su historia es la de muchísimos masones que aguantaron a pie firme el ostracismo y hostilidad de las autoridades hacia su hermandad, hasta que en 1991 el Partido Comunista de Cuba (PCC) se abrió a los creyentes y “Fue liberada la fe”, como afirma Lázaro Cuesta, el primer negro que ha alcanzado la dignidad de Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba en 150 años.
“Una gran cantidad de hombres jóvenes se interesaron en ingresar a la masonería (…) y ha habido un notable crecimiento”, revela el Gran Maestro Cuesta. Sin embargo, el crecimiento de las filas no significó, para nada, que crecieran los recursos económicos de la hermandad.
“Somos una masonería pobre” – dice Leonardo Hernández, un economista jubilado de 82 años que, sin embargo, afirma no se amilana ante las dificultades y cumple con todos los preceptos de la hermandad – “Yo me enfermo y siempre hay un masón al lado mío”.
Cuesta, quien es carpintero de profesión, ha tocado muchas puertas en Cuba en busca de ayuda para rescatar la grandeza que una vez tuvo la institución.
Sin embargo sólo la oficina del Historiador de la Ciudad le brindado su mano para acometer obras de carácter material como la reconstrucción del asilo masónico Llansó.
Por suerte el apoyo ha llegado desde los hermanos en el exterior, tanto en Europa como en los Estados Unidos. Con el Gobierno, afirma Cuesta, “son relaciones respetuosas (…) pero consideramos que pudiera existir una posibilidad mucho más amplia”.