Artemisa se convierte en la “lechería clandestina” de La Habana

Redacción

"Premiarán" a los campesinos cubanos cuyas vacas produzcan más leche de la pactada con el Estado pagándoles el litro a 9 pesos en moneda nacional, que no son más que unos centavos de dólar

A pesar de que el gobierno de Cuba insiste obstinadamente en regular la venta de leche y sus derivados, la existencia de una gran demanda por parte de pequeños empresarios y particulares – sobre todo en la capital – hace que muchos se arriesguen y trasporten leche fresca, yogurt, queso y mantequilla hacia La Habana. Sobre todo desde la vecina provincia de Artemisa, que se ha convertido en una verdadera “lechería clandestina”.

Muchos vendedores hacen el viaje en tren desde San Antonio de los Baños con grandes cajas, maletines y mochilas para venderlos de puerta en puerta a la clientela fija que ya tienen en La Habana.

Uno de ellos Osmani, un joven de 32 años, se dedica a la fabricación de queso, un negocio en el que empezó con su padre cuando era apenas un niño. Aunque sabe que su venta está prohibida a los campesinos, igual abastece a varias cafeterías y restaurantes de La Habana porque debe “buscarse la vida”.

Su negocio tiene mucha demanda, pues los precios de los quesos importados que se venden en las tiendas en Moneda Libremente Convertible alcanzan los 6.00 dólares el kilógramo; lo que los hace prohibitivos para la inmensa mayoría de la población y “antieconómicos” para los pequeños negocios que se dedican a la gastronomía.

El problema radica en que las autoridades establecen cada vez más presiones y controles sobre los productores de leche para que les vendan su producción.

Legalmente los campesinos sólo pueden quedarse con un pequeño excedente, pero en la práctica se las arreglan para esconder parte de la producción y comercializarla en el mercado negro.

Según han declarado funcionarios del ministerio de Agricultura en Cuba, las regulaciones que pesan sobre los ganaderos se justifican porque el país no logra alcanzar las cifras de producción de leche fresca necesarias para autoabastecerse. De ahí que el Estado tenga preferencia en su compra para distribuirla entre los “sectores priorizados”.

Mientras, los controles de la policía en las carreteras y vías férreas tratan de impedir que los campesinos desvíen parte de su producción al mercado informal.

Bien lo sabe Osmani, al que le decomisaron cinco quesos que llevaba escondidos para vender en La Habana y además lo multaron. Para él significó la pérdida de de semanas de trabajo y que la policía lo “fichara”, lo que dificultara aún más el negocio.

Sin embargo, no piensa abandonar la labor con la que se busca la vida. Como no piensa abandonarla la familia de Ernestina quien se dedica a la fabricación y comercialización de yogurt casero en pomos plásticos de litro y medio.

El yogurt es una apuesta más segura, pues resiste los traslados mejor que la leche fresca, a la que una rotura del tren puede echar a perder.

Para los clientes, disponer de leche fresca es una gran ventaja a pesar del precio mucho más alto, pues su calidad suele ser superior a la que se entrega normada por el Estado, que suele venir aguada o en ocasiones no llega.

Grandes zonas de Artemisa viven de la venta de leche y sus derivados en La Habana, o incluso en la misma carretera, toreando a los autos que entran y salen de la capital.

Todo, a pesar de las confiscaciones de la policía, que hacen perder a los productores hasta dos y tres quesos de cada diez que fabrican.