No poco se ha escrito sobre la vida de Hemingway, pero a sus biógrafos al parecer no les parece suficiente y a cada rato desempolvan algunas de sus historias menos conocidas. Un ejemplo de esto es el del romance que mantuvo durante las décadas del 40 y 50 con una mujer cubana llamada Leopoldina Rodríguez.
En 1956 Ernest Hemingway y su esposa Mary Welsh vivían en Finca Vigía. Por aquel entonces, el célebre escritor se encontraba trabajando en su novela Islas en el Golfo, en el que destacaba un personaje femenino que llevaba por nombre Liliana y que, curiosamente, se dice que estaba inspirado en una mujer real.
Su musa no era otra que Leopoldina Rodríguez, una cubana, habanera, que se dedicaba a proporcionar servicios de alto estándar en cuento a los placeres de la carne se refiere. Leopoldina, era aquel tipo de mujer aventurera que muchos hombres soñarían con conquistar.
En su libro, Hemingway la describe como una mujer con «una hermosa sonrisa, unos ojos oscuros maravillosos y espléndido pelo negro (…) Tenía un cutis terso, como un marfil color olivo, si tal marfil existiera, con un ligero matiz rosado…».
Algunos aseguran que Mary Welsh sabía de la admiración mutua que existía entre su esposo y Leopoldina. Al punto de decirse que aquella cubana llegó a pasar más de una noche en Finca Vigía.
Eran frecuentes los encuentros, comidas o paseos a tres, de ambos junto a la esposa, la tolerante Mary Welsh, a quien una vez Rodríguez le dijo: “Usted no puede apreciar lo maravilloso que es Ernest”. “No, pero lo intentaré”, replicó.
Leopoldina Rodríguez era la hija mestiza de una criada. De padre desconocido, creció entre la adinerada familia Pedroso, donde su madre trabajaba. Los patrones le dieron la misma educación elitista que a sus propios hijos. Un día, viajó a España y se hizo amante de José Antonio Primo de Rivera, el líder falangista, quien le facilitó los medios para volver a Cuba y montar su propia tienda de modas. Pero el negocio quebró, y Rodríguez empezó a frecuentar El Floridita, donde las mujeres de la vida fácil la terminaron convenciendo de sacarle provecho a su belleza.
Leopoldina no era del montón, era refinada, hermosa, instruida y muy buena lectora, por lo que sus críticas llegaron a aportar mucho al escritor.
Existe una anécdota que asegura que Leopoldina llegó a predecir que Hemingway obtendría el Premio Nobel de Literatura. Al conseguirlo, el escritor entregó su medalla a la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba.
Hemingway buscó la manera de estar siempre cerca de Leopoldina. Pagó durante años el alquiler de su apartamento; corrió con los gastos del tratamiento médico cuando enfermó de cáncer, asumió el costo de su funeral y fue la única persona que la acompañó hasta la tumba.
Se dice que Hemingway encargó al sepulturero de que nunca le faltaran las flores al sepulcro de su amada Leopoldina, algo que aseguran que llegó a cumplirse incluso estando el escritor fuera de la Isla.