La fábricas particulares que funden aluminio se convierten en un negocio rentable en Cuba a pesar de los riesgos para sus trabajadores
Las fábricas de aluminio del municipio villaclareño de Placetas en el centro de Cuba no salen nunca en los medios de prensa.
A ellas no viajan los dirigentes para hacer recorridos y tirarse fotos con los trabajadores. Todos prefieren que pasen inadvertidas.
Sus obreros trabajan en dos turnos de trabajo cinco días a la semana desde las 4:00 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, en un oficio de los más duros que existen en la Isla, donde la diferencia entre la vida y la muerte es sólo la ligera línea del descuido.
Máquinas de moler gente, llaman los propios trabajadores a las fundiciones de aluminio. No importa que pertenezcan al Fondo de Bienes Culturales, a los artesanos de la estatal Empresa de Confecciones Metálicas (Metalconf) o a los trabajadores por cuenta propia.
El resultado es el mismo: destruyen a los que allí buscan el sustento.
El viejo discurso del “amor al trabajo” no se puede aplicar a las fundiciones de aluminio de Placetas y el Gobierno lo sabe, como también lo saben los funcionarios del CITMA.
Los obreros se exponen a diario a inhalar sustancias tóxicas y bruscos cambios de temperatura que provocan severas enfermedades respiratorias. Sin contar el peligro real de sufrir envenenamiento por plomo.
Cada dos meses los jefes les exigen análisis de sangre y orina para cumplir con las regulaciones, pero no hacen nada por humanizar el trabajo.
Las fábricas de aluminio son infiernos en miniatura que hacen ventanas, farolas y cazuelas.
La imagen de sus trabajadores es la del deterioro físico extremo y por esa razón nadie aguanta allí más de tres años. Sería demasiado.
Sin embargo, a las fábricas de aluminio de Placetas podrá faltarles un día el metal, pero no las vidas de los hombres que se funde junto con él.
Ante la necesidad y la falta de fuentes de empleo mejor remuneradas, desde los 16 años los adolescentes ya están haciendo fila para trabajar en ellas.
Comienzan con las actividades más sencillas y poco a poco van “escalando” hasta llegar hasta los hornos, la actividad más peligrosa, pero mejor pagada. Nunca se ha visto un mejor y más triste ejemplo del cambio de salud por dinero.
Hasta los estudiantes universitarios toman contratos en las fábricas de aluminio durante su período vacacional.
Ellos tienen una formación mucho mejor y entienden también mejor que esas manufacturas consumen las vidas de sus obrero, pero ganar unos pesos es siempre fuerza mayor en un país pobre.