Pocos de los que hoy utilizan sus servicios conocen que los primeros “carahatas” rodaron en Cuba poco después del triunfo de la Revolución de 1959.
Como su aparición primera fue en el poblado de Carahatas en la provincia de Las Villas, la gente comenzó a llamar a los coches motores con el nombre del poblado homónimo.
Ómnibus adaptados para rodar sobre los rieles del ferrocarril cañero, llegaron a existir cientos en varias provincias y se construían en los mismos talleres de los centrales.
Incluso en la década de 1980, cuando era mucho más abundante el transporte automotor, las carahatas no dejaron nunca de ser importantes.
Surgieron mayormente por el talento y la inventiva de los cubanos. Algunas más bonitas a la vista, otras menos elocuentes, pero todas sin dudas por la falta de transporte en la isla y como remedio para canibalizar los equipos que quedaban en desuso.
Con la llegada del Período Especial, el colapso de la industria azucarera, la falta de repuestos y el abandono del ferrocarril cañero el número de carahatas se redujo notablemente. Hoy apenas circula la quinta parte del número de coche motores que lo hacían hace 20 años.
A inicios de la presente década, las autoridades cubanas expresaron su voluntad de recuperar los ferrobuses para reanimar la vida en las comunidades rurales. El Ministerio de Transporte lanzó entonces la llamada Tarea Birán con vistas a lograrlo. Las Tunas, una de las provincias que mayor número de carahatas había logrado mantener en circulación fue una de las más beneficiadas.
Se remotorizaron los antiguos ferrobuses Taíno que se habían mantenido rodando sólo gracias al ingenio de sus conductores y se comenzaron a ensamblar coches nuevos en la Empresa Metalúrgica Central de Acero José Valdés Reyes, en Cárdenas, Matanzas.
Más de 20 años abandono de la actividad industrial han mermado la existencia de mano de obra calificada. Además, el suministro de piezas sufre retrasos frecuentes y los obreros en cuanto tienen oportunidad se marchan a trabajar en sectores mucho mejor remunerados.
Aquella estrafalaria combinación el único medio de transporte publico que existía en muchos pueblos de Cuba. Por lo regular, tenías que viajar de pie, en compañía de cerdos, guineos, guanajos, gallinas, la prensa del día y un movimiento irregular que no se correspondía con el monótono y desesperante sonido que emitían las ruedas de hierro, al rodar sobre la pulida vía.