Las escuelas al campo, el experimento más costoso de Fidel Castro en Cuba

Redacción

Tras el despampanante fracaso de la llamada “Zafra de los 10 Millones” y, al parecer no teniendo nada mejor que hacer, Fidel Castro se lanzó en una nueva aventura que llegaría a costarle al país billones de dólares: las conocidas como “escuelas en el campo”.

En plano económico quizás también fue de los más costosos, probablemente el más costoso en recursos financieros y materiales. Se construyeron cientos de escuelas y la mayor parte de ella, ya que no en su totalidad, estaban dotadas de un equipamiento de primera clase, esto hay que reconocerlo.

Laboratorios de biología, química, y física con un instrumental científico excelente comprados con moneda fuerte en su mayoría, talleres para la educación laboral con herramientas y maquinarias en su mayoría de grado profesional, no simplemente docente.

Fidel Castro acostumbraba a inaugurarlas en bloques de a 20 escuelas a la vez.

La primera y quizás la más famosa fue Ceiba Uno, la cual se construyó en Ceiba del Agua, cerca de lo que, según el máximo líder de la revolución, sería un cultivo citrícola que produciría incluso más que Israel.

El propio Fidel Castro estuvo involucrado en el diseño de esa escuela. Para ello, se apoyó entre otros por las por las arquitectas Josefina Rebellón, Gina Rey y el ingeniero Max Isoba.

El proyecto abarcaba excepcionales condiciones materiales que iban desde una alimentación excelente, un distinguido colectivo de profesores y personal de servicio y hasta un hospital de 10 camas que contaba con ambulancias para trasladar a los pacientes en caso que fuese necesario.

Muchas escuelas fueron dotadas con bandas de música, cuyos instrumentos: bombos, platillos, tambores y redoblantes fueron adquiridos en Inglaterra, y las trompetas en Austria, naturalmente también en moneda fuerte y a elevados precios.

Las primeras escuelas recibieron alumnos élites, en gran parte hijos de mamá y papá, que hacían antesala ante los funcionarios que facilitaban esas becas, después de ser aprobadas por Jorge Hart, director de la provincia Habana, que a su vez recibía órdenes directas del Ministro de turno, el Gallego Fernández, quien se reservaba el derecho, incluso, de aprobar a los directores de las ESBEC y se negaba rotundamente a autorizar los traslados de alumnos a las escuelas urbanas aun siendo más que justificados

Los laboratorios venían equipados con todo

Con vistas a no abrumar al lector con cifras, la más impactante por mucho, fue el consumo de unos 10 millones de toneladas de cemento en construirlas.

Otro de los enormes gastos fue el de combustible, no solo durante la construcción de las escuelas, sino el consumido por los casi 2000 ómnibus rusos PAZ 652, que se ensamblaron en Cuba bajo el nombre “Girón” para transportar cada semana a los estudiantes hasta y desde sus viviendas.

De acuerdo a los datos dados a conocer durante el informe al IV Congreso del PCC, durante todo ese período y, solo para aquellos menesteres, se destinaron unos 15 millones de toneladas de cuota petrolera que por ese entonces la URSS enviaba a Cuba.

En esas escuelas construidas inicialmente los suministros alimenticios eran excelentes. No faltaba la leche que era llevadas diariamente a esas escuelas en camiones tanques que llenaban los bidones de 40 litros con una manguera. Recibían jamones, quesos de buena calidad, latas de jurel u otros pescados envasados en Japón, que eran dilapidados o malversados, o en muchas ocasiones dejado a que se echaran a perder para así justificar faltantes.

En general esas primeras escuelas recibieron alumnos élites, en gran parte hijos de mamá y papá

Durante aquel apogeo constructivo, se edificaron 535 escuelas en el campo, de las cuales 40 fueron destinadas a estudiantes de países del Tercer Mundo. En el caso de los musulmanes, hasta contaban con una dieta acorde a sus creencias religiosas.

Todo aquel revuelo duró casi dos décadas, hasta la hasta la llegada de Mijaíl Gorbachov, la Perestroika y la posterior desintegración de la URSS.

Casi todas las escuelas al campo fueron quedando abandonadas y se convirtieron en refugio de delincuentes y marginales, que se acercaban a estas para sacar cualquier cosa que hubiese quedado y que se pudiese vender.

Algunas, además de los campos deportivos, recibieron a manera de premios una piscina olímpica.

Con los problemas en el sector de la vivienda, durante el gobierno de Raúl Castro se tomó como alternativa la rehabilitación de algunos de estos centros con vistas a convertirlas en edificios de apartamentos para los campesinos, quienes se comprometieron a repararlas y luego garantizar la fuerza de trabajo en el campo.

Muchas de estas escuelas han pasado a fungir como refugio a miles de damnificados de los fenómenos meteorológicos que han azotado a la Isla y que han arrasado con no pocas viviendas a su paso.  Muchos de estos damnificados, han estado albergados en estos sitios durante años sin contar siquiera con las condiciones higiénicas más elementales.