El nombre de José Roque Ramírez lo más seguro es que no le suene de mucho a nadie en Cuba actualmente. Sin embargo, ese cubano, nacido en la región oriental de la Isla en 1888, específicamente en el poblado de Tacajo, fue conocido también como El Compadrito, El Millonario, Castañón, Belisario Roldán, aunque ninguno de esos motes tampoco marca la diferencia, ya que el sobrenombre que de verdad lo hizo famoso fue el de “El Águila Negra” y llegó a ser considerado uno de los más grandes estafadores a nivel internacional y el más increíble de los tramposos que ha dado Cuba.
Desde muy joven trabajó la tierra sin éxito alguno, luego se traslada a la ciudad de Guantánamo, lugar este donde se inicia en la vida delincuencial, pasaba billetes falsos de 20 dólares; ya que en esa época no existía la moneda cubana, lo descubren, pero pudo evadir la acción policial escondiéndose en Boca de Samá, ya en este lugar su madre lo enseñó a leer y a escribir y allí, durante tres años, se mantuvo tranquilo y olvidado, es capturado cuando visita su pueblo natal para ver cómo andaban las cosas. Lo capturan y le imponen una condena de 12 años de privación de libertad, fue a parar a la Cárcel Provincial de Oriente, sita entonces en la calle Marina número 12, en Santiago de Cuba.
Es en ese establecimiento penal donde entabla relación con El Murciélago, un gaditano de nombre Leonardo Tejeda Legón, condenado a 30 años por la muerte de su amante.
Aquel anciano delincuente no pasó por alto el “potencial” que tenía el joven y poco a poco le fue enseñando toda clase de artimañas y tretas en el arte del engañar al prójimo.
Poco antes de morir, el Murciélago lo nombró su heredero y le dejó, como único legado, un grueso cinturón de cuero que siempre llevaba consigo.
“Cuídalo, es de muy buen material”, le dijo antes de cerrar los ojos.
Por muy buena que fuese la piel no se justificaba el peso de aquel cinturón. Sin embargo, no podía ser de otro modo, aquella pieza estaba repleta de monedas de oro en su doble forro.
No cumple su condena al ser indultado por el presidente Mario García Menocal a causa de una carta que El Águila Negra remitió a la esposa de un ministro del presidente Menocal.
Cuando era tan solo un niño, El Águila Negra vivió en carne propia el rigor de la reconcentración ordenada por Valeriano Weyler y nunca contó con la posibilidad de asistir a una escuela. En cambio, cuando aprendió a leer, no hubo libro que cayese en sus manos que no devorase.
Elegante, bien vestido, con una conversación fácil y amena, deslumbra y engaña a cuantos lo conocen. Los gana a todos con su verbo locuaz, su cordialidad, su gentileza. Se mostraba como un caballero opulento y generoso que hace regalos fantásticos a los ricos y sorprende a los que lo sirven con propinas insospechadas.
Con sus ademanes de gran señor se asentó en la Ciudad de México, pero Barcelona, Londres, Manila, Shangai, Tokio, Puerto Príncipe, Buenos Aires, San Francisco, entre otros, fueron tan solo algunos de los escenarios que escogió para sus fechorías.
En una ocasión se salvó de puro milagro cuando un torero burlado lo lanzó al mar desde un trasatlántico en una zona llena de tiburones y en China se le ocurrió estafar a un terrateniente que luego de ordenar que le propinasen una copiosa paliza, ordenó que trabajaría de por vida en sus campos de arroz, pero ni con eso escarmentó y siguió haciendo de las suyas.
En Canadá “le mangó” un cuarto de millón a una anciana a la que le había jurado amor eterno. En la Guyana francesa le sacó varios miles de dólares jugando a las cartas con el Gobernador General de la colonia durante una partida en la que puso en práctica “todo” lo que le había enseñado El Murciélago sobre las cartas. En Argentina adquiere una importante cantidad de toros de raza y caballos pura sangre para llevarlos a su granja en México, pero antes de efectuar el pago se escabulle con todos los animales, llevándose también unos 60 mil dólares que le birla a un joyero bonarense.
Fue, sobre todo, el mago de los tesoros escondidos: simples barras de bronce que hacía pasar como lingotes de oro.
Tan alto picaba El Águila Negra que llegó incluso a intentar estafar a nada más y nada menos que José Eleuterio Pedraza, jefe de la Policía cubana, pero en esa ocasión no le salió el asunto como lo había planeado y terminó siendo enviado a prisión por dos años.
En 1943 regresa a México con unos 270.000 dólares producto de sus estafas y se instala en una lujosa residencia en Chapultepec, pero dos policías cubanos le siguen la pista y La Habana lo reclama.
Las autoridades mexicanas lo detienen en más de 10 ocasiones y El Águila Negra se ve obligado a gastarse buena parte de sus ahorros para retrasar lo más posible su extradición.
Roque Ramírez alegaba que su nacionalidad era mexicana, pero lo documentos con los que pretendía demostrarlo eran falsos y Cuba logra confirmar que no se trataba de dos personas distintas, sino de un solo hombre con dos personalidades.
Llega a Cuba producto de su extradición el 5 de agosto de 1944 al aeropuerto de Rancho Boyeros y sentenciado a una larga condena en el castillo del Príncipe, la cual no cumple en su totalidad y sale de prisión en el año 1954, producto de la gestión de un oficial del ejército de Batista el cual intercede por su persona y logra su indulto. Tras su egreso del Castillo del Príncipe en los años 50, se establece en La Víbora e instala la fábrica de desodorantes Axinodor.
Luego se traslada a México con toda su familia a pasar sus últimos años. Fallece en el año 1967 víctima de un derrame cerebral a la edad de 80 años, sin que la policía de país alguno supiera dónde guardó su mal habido caudal. Su esposa, la panameña Griselda Contrera, muere en 1983, llevándose con ella, dice uno de sus vástagos, «el verdadero secreto de El Águila». Entonces todavía vivían, en Venezuela y México, otros hijos del estafador.