A San Narciso de Álvarez solo le queda le «gloria» de haber sido uno de los pueblos más antiguos de Villa Clara. En una época fue prospero, lleno de pequeños negocios como fondas, farmacias, con sus calles bien trazadas e incluso hasta su propio cementerio… del que hoy apenas quedan sus paredes en pie, quizás como una prueba que allí no se quieren quedar ni los muertos.
Casas abandonadas y medio derruidas hacen parecer a San Narciso de Álvarez un pueblo fantasma, alejado de las principales vías de comunicación. Además, la escuela que existía allí tuvo que cerrar sus puertas por falta de alumnos.
A finales del siglo XVIII, San Narciso de Álvarez era todo un emporio ganadero, situado en medio del Camino Real, y del que salieron personas para fundar algunos de los principales pueblos de la región Central de Cuba.
Tal era su importancia, entre todos los poblados de esa época, que Alejandro de Humboldt lo identificó como el punto que dividía en dos la Isla, y el obispo de Espada y Landa lo visitó en par de ocasiones. Tan grande llegó a ser su jurisdicción que abarcaba los actuales municipios de Corralillo, Quemado de Güines y Santo Domingo.
La maldición cayó sobre ellos a un ritmo lento pero inexorable a principios del XIX, cuando primero el ferrocarril no tuvo en cuenta al pueblo, y luego la Carretera Central también lo dejó fuera. Como si quedar marginado de las principales vías de comunicación no fuese ya suficiente, también se derrumbó la iglesia, se echó al olvido su cementerio y su gente poco a poco lo fue abandonando. De los casi 2500 pobladores que vivían allí en 1858, si ahora queda una docena de casas habitadas es mucho.
Los pocos vecinos que quedaron en el pueblo fueron rescatando algunas piedras de lo que fueron el cementerio y la iglesia para mejorar sus modestas moradas.
Cuando uno se acerca a San Narciso de Álvarez, por la Carretera Central, y pregunta sobre su ubicación, lo más seguro es que le señalen un camino de tierra roja y de allí «hasta el fin del mundo», pues para llegar hay que caminar ocho kilómetros a través de un páramo de soledad, donde el marabú es la única compañía.
Los días en el apartado pueblo transcurren sin prisa. El único ómnibus que pasa por allí lo hace tres veces a la semana para que sus vecinos puedan transportarse a Santa Clara, Cascajal o Santo Domingo.
A todos aquellos que han dejado atrás a San Narciso de Álvarez no se les puede culpar. ¿Qué se puede hacer en una ruina rodeada de montes de marabú sin escuelas, atención médica? Buscan mejores oportunidades, escapar de la tierra roja y el fango que se pega a la ropa como un colorante pegajoso.
Al pueblo al que solo le queda su historia y los muertos antiguos, pues los que ahora fallecen ya no se los entierran allí, a pesar de aún contar con su cementerio, pues a los difuntos los trasladan al Cascajal para darle santa sepultura.