Al mencionar la vajilla Duralex no son pocos los cubanos que recuerdan como en sus hogares contaban con estos platos de color ámbar que se decía que eran irrompibles.
Actualmente, algunos conservan alguno que otro plato de esta peculiar vajilla, los cuales nunca se quedaron guardados en la vitrina, sino que han estado dando guerra por décadas.
Sin embargo, hay quienes aún la conservan completa a modo de reliquia familiar e incluso tienen las fuentes que venían con el juego, las cuales solían utilizarse cuando se ponía la mesa para muchas personas.
Si mucha gente aún conserva parte de esta vajilla es por su condición de «prácticamente irrompible» –como presumía la propia marca en sus anuncios allá por la década de los sesenta– gracias a su material: el vidrio templado, que se consigue calentándolo gradualmente hasta alcanzar temperaturas de 700 grados centígrados y enfriándolo súbitamente. «Resiste a los golpes y pasa del agua hirviendo a la fría sin riesgo de rotura», anunciaban.
La vajilla Duralex contaba con muchos diseños. Había algunos en forma de margarita transparentes, carmelitas y llegaron los que eran verdes y tenía el borde liso.
La fábrica Duralex, de origen francés, se fundó en 1945. Sus diseños a partir del vidrio templado, el cual fue descubierto por la la empresa Saint-Gobain, en 1939, para fabricar lunas de automóviles, llegaron a ganarse un espacio en no pocos museos del mundo.
La fabricación de esta vajilla comenzó durante la Segunda Guerra Mundial y fue diseñada pensando en las familias humildes. Contaban con un precio bastante asequible y estaban confeccionadas de forma tal que pudieran soportar el uso diario.
Aunque los productos de Duralex se siguen comercializando, en Cuba actualmente es muy difícil adquirirlos. En no pocos hogares en la Isla se vive una triste regresión, y no precisamente a la porcelana o la cerámica, sino a la vajilla plástica, la cual va adquiriendo un brillo pegajoso con el paso del tiempo que resulta bastante desagradable.
No obstante, a muchos cubanos no les queda de otra que recurrir a los llamados “merolicos” a adquirir platos para poblar sus cocinas, ya que un juego de estos en las tiendas suele costar un ojo de la cara y hasta más.