La Habana está llena de túneles subterráneos construidos entre los años 80 y 90 del pasado siglo, luego que Fidel Castro hablara de una «guerra inminente», que terminó por llenar la capital cubana de huecos, creados con inmensas movilizaciones de la población y a un costo millonario en recursos y materiales.
La construcción de estos túneles comenzó luego de un discurso pronunciado por Fidel en el que aseguró que el “imperialismo” desataría una guerra inminente contra Cuba con el fin de destruir, y cito, “el último bastión del socialismo mundial”.
De ahí salió el nombre de otro ‘cuento’: la Operación Bastión, que duró cerca de 5 años.
Tan solo en La Habana participaron en estas tareas cerca de 32.000 hombres y mujeres, lo que solo fue posible tras haber paralizado primero todo el programa de construcción de viviendas, y más tarde el resto de la actividad constructiva en general.
Además, se trajeron a cerca de 8000 trabajadores de las provincias orientales que estaban «desocupados», con los que se conformaron los primeros, y ahora famosos, contingentes de la construcción.
Todas las plantas de hormigón existentes se pusieron en función de la “tarea” de apoyar estas construcciones, llegando a consumirse en el proceso cerca de 230.000 metros cúbicos de hormigón (el equivalente a 2 millones de sacos de cemento) y a la totalidad de la producción, de dos años y medio, de cabillas de la Antillana de Acero.
Aquellos materiales buena falta hacían en aquel entonces para prevenir derrumbes y el deterioro de las viviendas a nivel general, pero el comandante en jefe tenía muy claras sus prioridades.
En el proceso se invirtieron además cerca de 850 toneladas de las reservas del ya escaso combustible con el que se contaba y llegaron a consumir casi el 50% de toda la reserva de tiempo de guerra para alimentar a los constructores.
Al culminarse las obras, se habían excavado cera de 600 kilómetros de túneles debajo de La Habana.
La gran idea de estos túneles era esconder a refugio en ellos las divisiones blindadas de las Fuerzas Armadas, para en caso de «desembarco del enemigo» estas pudiera salir director a enfrentar las tropas de ataque, sin el riesgo de ser destruidos por la aviación yanqui durante su recorrido.
Sin embargo, el planteamiento en si ya era una gran contradicción. Los vehículos blindados son construidos para poder sobrevivir desplegados en el campo de batalla, y cualquier piloto experimentado sabría que es muy difícil destruirlos cuando se encuentran en marcha. Por tanto, aquellos «túneles de la defensa» más bien se convertirían en la derrota perfecta, pues con solo destruir sus entradas y salidas ya todos los tanques quedarían enterrados.
Hoy quedan solo en el recuerdo y casi todos están tapiados y cerrados… de en qué terminó ese programa de la defensa… nadie sabe.