Aquel día en que Damián despertó en el hospital no alcanzaba a comprender lo que le había sucedido. Su último recuerdo era haber estado jugando con su papalote y luego un enorme vacío. Su cometa se le enredó en unos cables de unos postes de alta tensión cerca de su casa, en el Casino Deportivo de La Habana, y al intentar rescatarla una descarga eléctrica de unos 13.000 voltios que casi acaba con su vida.
Sus ojos no daban crédito a que aquel desfigurado rostro que veía en el espejo era el suyo, pero mucho más triste era saber que ya no contaba con sus brazos. En su inocencia llegó a pedir a los doctores que se los volvieran a coser. Desde aquel entonces Damián ha pasado su vida sometiéndose a numerosas cirugías, pero siempre ha encontrado la fuerza para seguir adelante.
Al salir del hospital intentó volver a subirse a una bicicleta y, mucho esfuerzo le costó dominarla, pero gracias a ella volvió a encontrarle sentido a la vida.
“Montaba bicicleta desde que era un niño, pero tuve que reaprender luego del accidente. Fue más difícil que empezar de cero. Me caí tantas veces que todo el mundo pensó que iba a desistir. Por poco me desbarato”, comentó en una entrevista ofrecida hace algunos años.
La fortaleza de sus piernas lo llevó a participar en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012, a visitar 3 continentes y hasta que el New York Times le dedicase un artículo.
Uno de los grandes obstáculos con los que se tropezó fue el elevado precio de las bicicletas, demasiado alto para poder competir a ese nivel, y muy por encima de lo que él y su anciana madre podían permitirse.
Por suerte para Damián un ángel vino en su ayuda, o al menos así describe a una amiga norteamericana que comenzó a correr con los gastos de sus bicis. Gracias a ella, a quien reconoce que se lo debe todo, pudo operarse cuatro veces en Estados Unidos y mejorar su calidad de vida.
En la calle no son pocos los que lo rechazan y evitan mirar cuando Damián pasa; pero él prefiere centrar toda su atención en los otros: aquellos a los que no les importa su deformidad y con naturalidad le dicen: “toma de mi vaso, que no hay lío”.
Siempre ha vivido con su madre. Ella ha sido su sostén todo el tiempo; pero la ancianidad la vence y en algún momento Damián se quedará solo.
«Peligro, riesgo de electrocución», reza el cartel que Damián tiene colgado en la puerta de su cuarto. «Me lo trajo mi amigo, Julián, para mortificarme, pero me hizo gracia, se ilumina de noche», señaló.
Cuando ese momento llegué seguirá adelante, como siempre ha hecho, pues asegura que ella lo ha preparado para la vida.
«Me operaron los párpados, la nariz, la barbilla, la boca. Fue muy doloroso, estuve como siete días sin dormir», recuerda. Tras estas operaciones, López pudo comer mejor y cerrar los ojos.
«Después del accidente yo no quería salir de la casa, pero algunos amigos me vinieron a buscar para jugar, eso fue determinante», asegura.
«Ahora es igual, no paro, creo que me queda electricidad en el cuerpo», se despide diciendo este joven cubano, quien asegura que «el hombre no tiene que ser bonito por fuera, sino bonito por dentro».