Luz María es una cubana que lleva más de 15 años viviendo en el Bote, como se le conoce al mayor basurero de La Habana. Quien se tropieza con ella no alcanza a adivinar ni por casualidad que años atrás esa misma mujer se ganaba la vida bailando nada más y nada menos que en el icónico cabaret Tropicana.
Como suele suceder con quienes practican esa profesión, llega un momento en la vida en que los años comienzan a pasar factura y en el caso de Luz, se encontró con que no tenía nada y no tuvo más remedio que juntar cuanta tabla y pedazo de cartón tuvo a mano para levantarse una pequeña “vivienda” en el famoso vertedero de la calle 100.
Desde entonces Luz María ha estado viviendo de la basura, rebuscando entre lo que tira la gente para hacerse con ropa y zapatos e incluso para sacar alguna que otra cosa que poder cambiar luego por algún alimento que llevarse a la boca.
Al principio de “mudarse” al bote vivía junto a su marido, pero un día la policía vino y se lo llevó preso sin mayores explicaciones.
Su «rancho», como suele llamarlo, se encuentra lleno de todo tipo de objetos que ha encontrado y que considera que algún momento puedan reportarle algún beneficio.
Entre sus pertenencias abundan objetos viejos, feos y gastados, aunque asegura que ha llegado a encontrar cadenas de oro, relojes y hasta celulares.
Junto a su humilde morada se levantan otros tantos «cucuruchos» habitados más, cuyos habitantes forman una especie de hermandad que no permite que vengan otros a levantar ranchos en el lugar para mantener un perfil bajo y evitar que se tiren las autoridades a desmantelar lo que podría llegar a ser una especie de villa miseria.
Todo sirve, o al menos esos es lo que asegura Luz y los restantes moradores del bote. Si encuentran algún alimento y está “bueno” entonces va a parar a las cazuelas. En caso contrario, siempre queda la posibilidad de venderlo como sancocho.
A pesar del riesgo que supone para la salud vivir en un basurero, Luz María y los otros vecinos no saben hacerlo de otra forma que no sea esa. Por eso aseguran que, si la policía decide trasladar este basurero a otro sitio, ellos le seguirán la pista y volverán a instalarse donde haga falta con tal de no perder los beneficios de tener acceso a todo lo que bota la gente.