A muchos le sorprendería escuchar que en la provincia Villa Clara, específicamente en el poblado de Esperanza, muy cerca de la Carretera Central, un joven cubano ha logrado hacer realidad el sueño de todos los alquimistas: convertir una materia en oro.
A sus casi 30 años de edad, el ingenio de Yenobys Sánchez Pérez lo llevó a crear una pequeña fábrica que utiliza el plástico de desecho para elaborar piezas que reportan miles de dólares en ahorro de importaciones al país.
La «fábrica» en cuestión, única en su tipo en el país, se especializa en la producción de tapones de plástico que se utilizan para ensamblar las traviesas del ferrocarril. Estos dispositivos son los que permiten estirar las cabillas de la traviesa y protegen los sistemas eléctricos que van adheridos a la traviesa para aislarlos del agua y el concreto.
Mensualmente el taller de Yenobys logra fabricar unas cien mil unidades de cada tipo, para lo cual se requieren jornadas de trabajo de 24 horas y varios grupos de trabajo, en los que unas 20 personas laboran, en una zona muy pobre del país y donde las opciones para ganarse la vida con el sudor de la frente son pocas.
La producción es adquirida en su totalidad por la Empresa Industrial de Instalaciones Fijas, ya que esta vieja industria de tecnología soviética no puede fabricar los conos y tapones porque su tecnología está obsoleta y las piezas de repuesto hace años que no se fabrican.
Al comprarle la producción al taller de Yenobys se evita tener que recurrir a las costosas importaciones de estos dispositivos, lo cual convierte a este intercambio en un negocio redondo para ambas partes.
No obstante, el camino al éxito de este joven no ha sido para nada llano. En el justo momento en que la industria le hizo la proposición a Yenobys de comprar su producción, enseguida comenzaron a aparecer “expertos” de todos sitios para frenar la idea porque no se contaba con ningún mecanismo legal para poder pagarle a un trabajador por cuenta propia.
Finalmente se llegó a la conclusión que “la cosa” podía funcionar si se le otorgaba al taller la condición de proyecto artístico, para lo cual se agarraron de una conveniente interpretación de los estatutos del Fondo Cubano de Bienes Culturales, aunque los conos y tapones tienen de todo menos la función de un objeto artesanal.
La labor realizada por este joven y los palpables resultados de su trabajo deberían tomarse como ejemplo en otras industrias cubanas, las cuales con tal de no buscar las vías para comprar en el propio país lo que puedan requerir, malgastan el capital asignado al salir a zapatear fuera, lo que pueden encontrar dentro.
Antes de que la fábrica de Yenobys comenzara a dar frutos, todo el nylon que entraba al país, de una forma u otra, terminaba quemado como desecho en los centro de acopio de materias primas. Ahora, se convierte en oro, o así lo asegura el propio Yenobys, quien dice que gracias a lo que hasta la fecha se consideraba basura viven muchas familias de su pueblo.
De su taller han salido mangueras, tuberías eléctricas, tuberías de regadío y cientos de soluciones más, hasta que llegó la propuesta de la fábricas de traviesas y se especializó por completo en producir conos y tapones.