En Tarará se está llevando a cabo nada más y nada menos que la construcción de la segunda mayor marina de Cuba (solo por debajo de la de Varadero), en la que se está invirtiendo un mínimo de 12 millones de dólares para labores de dragado y construcción de diques, y todo funcionando desde el más intrincado silencio (en el que los propios constructores trabajan a ciegas de los planes generales).
Esta localidad del este de La Habana ha sido eminentemente dirigida al turismo o a los extranjeros desde que el Gobierno cubano se fijó en ella por primera vez.
Alexander, un joven que se emplea en una brigada perteneciente al grupo empresarial estatal Cubasol S.A., del Ministerio del Turismo, reconoce perfectamente que ese nuevo y brillante recinto que se encuentra edificando no podrá verlo nunca más si no es en fotografías, pues es obvio que, con la cantidad de dinero invertido en su renacimiento, un cubano no podrá poner pie en él jamás (a no ser que trabaje allí). Lamentablemente, es un hecho que en Cuba el dinero va a asociado a la exterioridad, y todo lo que sea nuevo y lujoso será reservado para turistas o será tan caro que ningún (o casi ningún) nacional podrá costearlo.
Alexander también comenta sobre la profunda escasez y desabastecimiento que azota a la isla en este año, sobre todo en temas de materiales de construcción, pues le asombra que allí no hay límites en ese sentido y se puede gastar todo el material necesario para realizar una buena labor.
La muy escasa información sobre este proyecto en la prensa resulta casi inquietante; ni siquiera los constructores saben lo que están haciendo y, pese a esto, le han prohibido acercarse a la playa o a los pocos turistas que visitan la zona.
Todos los establecimientos comerciales aledaños permanecen tristes y vacíos, en parte por los problemas que ha generado la llegada de la pandemia de coronavirus y la caída del turismo nacional cubano, pero también por la poca preocupación por mantener la limpieza, el buen estado constructivo y las buenas ofertas gastronómicas del lugar.
Por supuesto, el sector privado cubano no podrá tomar parte, ni siquiera minúscula, en esta iniciativa.
Una fuente de Cubasol S.A. aseguró que la idea radica en un negocio inmobiliario que incluirá a la marina y a algunas casas clubes para la recreación de quienes vivirán permanentemente en la localidad: extranjeros que arrenden por tiempo indefinido, que se establezcan con sus familias y que incluso puedan adquirir derechos de propiedad renovables cada cierto tiempo.
Una idea todavía informal es la de la edificación de un gigantesco parque acuático en el terreno donde antes estaba el parque infantil de diversiones. Sin embargo, las labores de las empresas perforadoras que buscan petróleo en la misma zona constituyen un obstáculo para esto y podrían obligar a descartar el subproyecto.
Todos esto, además de los trabajos de reparación y acondicionamiento de más de la tercera parte de las 526 casas de Tarará, elevará la inversión a una cuantiosa cifra de cientos de millones de dólares que pudieran no ser recuperados jamás.
Asimismo, las parcelas donde hoy quedan las ruinas de la Plaza Martiana, inaugurada en 1975, y donde estaba el Club Hípico de Tarará en los 50, podrían convertirse en el lujoso campo de golf que ahora todos los capitalistas sueñan para Cuba.