La franja de barrios insalubres de Calle 13, también conocida como el «cordón de la miseria», experimenta la vida de otra forma, una mucho más dura que gran parte de la población cubana.
Como otros barrios de «llega y pon», Calle 13 comenzó a expandirse a partir de 1990, con la llegada del Período Especial, a la vez que las autoridades demostraban su incapacidad para implementar un programa de viviendas acorde a al crecimiento demográfico del país.
El vecindario de casuchas con pisos de tierra, hechas de palos, cartones, pedazos de zinc, trozos de nailon y sacos viejos, lleva el nombre de «Calle 13» desde la década del 2000, encontrando inspiración en el torrente de ira, desilusión y deseo de bienestar expresado por el dúo portorriqueño homónimo.
El esposo de Yelina, santiaguera que ha vivido 30 de sus 40 años en esos tugurios, expresó que siente que ha sido víctima de un Gobierno que no puede lidiar con el hecho de que miles de familias vivan entre penurias y el hacinamiento.
«Nací, me casé y vi nacer a mis hijos en medio de esta indigencia», lamentó Raúl, trabajador ferroviario de 47 años que se independizó de la choza de sus padres para armar la que ocuparía su propia familia a solo pocos metros. «Cuando clavé los puntales, amarré con alambre aquel chinchal y armé lo mío, pensé que la solución sería momentánea», recordó.
Y es que perdió la fe en la mejoría cuando vio establecerse en el «cordón de la miseria» a médicos, maestros y hasta policías.
Otros residentes comentaron que casi todos los espacios están llenos y que las casas cuestan hasta 50.000 pesos (CUP), cuando aparecen.
Los mismos explicaron que desde la electricidad hasta el agua son «soluciones» ilegales, así como que casi nadie tiene aspiraciones de comprarse un apartamento y que la mayoría solo poseen televisores en blanco y negro, radios viejos y fríos criollos a raíz de la caída de su poder adquisitivo con la Tarea Ordenamiento.
Por supuesto, ninguno de los vecinos tiene documento de propiedad de sus casas ni acceso a los mercados, y ejercen ofreciendo servicios como barbería, manicura y venta de viandas sin licencias y desde sus precarios portales.
Los «llega y pon» son zonas de bajo voltaje, por lo que a punto que a partir de las 6:00 pm, los habitantes se quedan sin corriente si encienden la cocina eléctrica. No existen consultorios médicos ni tiendas en las proximidades, y los depósitos de agua potable son escasos.
La población debe salir con zapatos viejos de los lodazales cuando llueve, y el robo y el contrabando abundan por el temor de la Policía a interceder.
La situación de la vivienda en Cuba es cada vez más crítica, siendo uno de los problemas que la Revolución prometió solucionar cuando llegó al poder. Alrededor de 900 damnificados han estado esperando por casi una década por sus casas, supuestamente entregadas por el Estado.
Analizando el asunto, Miguel Diaz-Canel criticó que se haya incumplidoel plan del año 2020 en la provincia, además de por tener un grave deterioro de su fondo habitacional. En la rendición de cuentas, Beatriz Johnson Urrutia, gobernadora del territorio, indicó: «explicar lo sucedido es tan difícil como decirle a más de mil familias santiagueras que en el año 2020 por irresponsabilidad nuestra no construimos sus viviendas».