En la provincia de Villa Clara, Cuba se aprecia por una de sus calles más concurridas un bulto de hebras parduscas que rompen completamente con la estética citadina del lugar. El fardo de güines de castilla se encuentra atado con un retazo de tela rasgada con poco cuidado y sostenida por un viejo hombre al cual la carga apenas deja entrever su rostro y su mano arrugada.
El anciano parece dirigirse al mismo sitio cada día, concretamente al contén que queda frente a la Iglesia del Buen Viaje, donde acomoda sus cañas en el piso cuidando que no se lastimen las hilachas para luego reposar de la caminata mientras aguarda por la llegada de compradores. Estampa que se hace entrañable para muchos que caminan a su alrededor, y que movidos por la compasión se acercan y le preguntan por el precio de los objetos.
El sujeto en cuestión se llama Silvio Martínez. De 78 años de edad, carga el mazo que contiene cien güines desde un reparto ubicado en la periferia de Santa Clara y que se conoce comúnmente como callejón de Guamajal. Desde dicho punto hasta donde Silvio llega para vender sus productos a dos pesos cada uno hay una distancia aproximada de cinco kilómetros, trayecto que tiene que recorrer bajo el notable peso de la mercancía que transporta en sus hombros.
El anciano relata que no siempre se dedicó a esto, durante 22 años ejerció como barbero en el poblado de Vueltas, pero tras un incendio que destruyó los papeles que daban constancia de su vida laboral y ante el hecho de que para solucionar el problema debía llegarse a la capital, donde cuenta que el precio del pasaje sería superior a lo que recibiría como pensión; se resignó a la idea de que jamás recibiría una “chequera” y decidió dedicarse a la venta ambulante.
Cuenta que actualmente se encuentra vivo “gracias a dios y a su hijo que lo cuida”, al cual, dice, no le gusta que se dedique a esa actividad, mas a Silvio no le gusta la idea de depender de los demás. Orgulloso de “guapear duro”, alega que lleva más de treinta años en la “lucha”. Vive de las cañas bravas y varas que vende, varas que desmocha él mismo en una plantación silvestre cerca de su hogar.
Son varios y extensos los trayectos que Silvio recorre en busca de buenos puntos para vender. Los güines de castilla, explica, son utilizados para fines decorativos tanto en hogares humildes como de mayor poder adquisitivo. No obstante, la mayoría los compran para elaborar papalotes, jaulas para cazar pájaros o pequeños polleros. Confiesa que esta actividad al menos esto le permite mantenerse y que seguirá haciéndola mientras “Dios le de salud”.
A pesar del desgaste de su figura, delgada y con una piel visiblemente afectada por el sol, Silvio es una persona que aparte de para el arduo trabajo que realiza saca fuerzas para reír muy a menudo, achicándose sus ojos cuando lo hace y dibujándose en ellos una especie de neblina.
En su recorrido habitual solo lleva consigo, además de la carga de güines, un pañuelo de color blanco, que usa para no lastimarse los hombros y secarse el sudor siempre que pueda, y un nasobuco que contiene el logo de Trust Investing.
Comenta que si llega a vender todas las cañas en una mañana puede ganar cerca de 200 pesos, lo que unido a otro viaje más tarde, con una carga parecida, le permitiría adquirir un cartón de huevos o un pomo de aceite en el mercado negro.
Recientemente el anciano cuenta que enfrentó la pérdida de la madre de uno de sus hijos, y que una vez en que se encontraba recogiendo mangos para vender fue confundido con un ladrón y golpeado brutalmente resultando herido gravemente en las costillas. Experiencias amargas que dejan él una sensación de infelicidad que, declara, solo se alivia cuando logra vender todos sus productos.