Alamar, la barriada habanera que se construyó a pedazos y así mismo se está cayendo… a pedazos

Laritza Sánchez

Alamar, la barriada habanera que se construyó a pedazos y así mismo se está cayendo... a pedazos

Los terrenos donde se erige o, más bien, se cae actualmente Alamar fueron adquiridos en la década del 50 por la compañía del Aeropuerto Internacional de La Habana, tras tomar la decisión de ampliar la ciudad hacia el este.

Para 1959 ya se habían ejecutado obras de infraestructura y se había posicionado mobiliario urbano en la localidad dado que la empresa tenía la idea de crear nuevos asentamientos urbanos allí.

Conjuntos viviendas con servicios básicos se comenzaron a edificar en las periferias de la capital en los años 70, y Alamar se integró al proyecto ya que permitía llevar a cabo ostentosas  operaciones de construcción con redes de infraestructura ya dispuestas.

Los trabajadores estatales se integraron en movimientos de microbrigadas sociales para la ejecución de este proyecto y muchos otros después, reemplazando su actividad laboral por los procesos constructivos temporalmente, con la motivación de la promesa de una domicilio propio.

Con alta dependencia de medios de transporte propios y servicios de todo tipo, Alamar fue inicialmente concebido como suburbios de casas individuales y baja densidad habitacional. Este modelo de casas ocupa más del 10% de la localidad y fueron asignadas, en su mayoría, a técnicos foráneos, por lo que se conocen a nivel popular como «las casitas de los rusos».

El ingeniero Gustavo A. Béquer le dio una estructuración original en el periodo republicano, pero los modelos de edificios de estilo soviético que se quisieron implantar en la zona posteriormente no eran compatibles con la concepción de las manzanas de la primera propuesta.

La solución, encontrada por el equipo que lideraba el arquitecto Julio Ramírez Padial, fue la de alterar la retícula ya construida para hacer encajar a los edificios, pero es imposible hacer coincidir una retícula asimétrica con prismas gigantescos dispuestos de forma aleatoria.

Con estimaciones de entre 8.000 y 15.000 pobladores, los diez microdistritos dividieron la zona de ocho kilómetros, según la disposición organizativa del diseño a gran escala, además de uno especialmente abarcador para acoger una serie de plantas industriales y servicios que proporcionarían actividades laborales en las cercanías del área residencial.

Un equipo formado principalmente por profesionales de la CUJAE estuvo a cargo de la ejecución y dirección técnica, a cuya cabeza estuvo el arquitecto Humberto Ramírez.

Las áreas exteriores, espacios públicos, áreas de estacionamiento, mobiliario urbano, redes de comercio; ninguna de estas estructuras fueron contempladas en el diseño y los colores constituyeron el único elemento decorativo de las fachadas de los edificios, por las limitantes que imponían los diseños preconcebidos. De ahí, los habitantes se tomaron libertades y comenzaron edificar la arquitectura enriquecida por la necesidad que se le atribuye el actualidad, llena de garajes improvisados, cercas en las plantas bajas, habitaciones extra, balcones en voladizo, etc.

Tomando en consideración «méritos» y la necesidad de vivienda de cada trabajador, los centros de trabajo convocaban a asambleas para otorgar los domicilios a los microbrigadistas. Luego de acuerdo modificado en varias ocasiones, el 20% de los edificios construidos con tecnología tradicional mejorada fue donado a familias latinoamericanas que pidieron asilo en la isla tras huir de dictaduras.

El movimiento fue desapareciendo de a poco, dejando proyectos urbanísticos a medias o paralizados durante años por diversos motivos.

La solución al problema de la vivienda en la capital terminó marginalizada por sus propios habitantes, quienes se trasladan a diario para satisfacer necesidades básicas que su entorno no cubre, a falta de componentes esenciales del diseño urbano.