La actual crisis económica cubana ha llevado a muchos a recordar, en comparación, la etapa más cruda jamás vivida en el país: el famoso Período Especial.
El presidente Miguel Díaz-Canel advirtió que la reciente situación podría llegar a los niveles de hambruna y escasez que alcanzó el contexto cubano de la década del 90 si no se toman medidas al respecto con cautela y preparación.
Actualmente, cualquiera que haya sufrido el Período Especial se horroriza con solo mencionar el título; la situación de hace dos décadas aún genera graves pesadillas en los cubanos.
La caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se dio a inicios de la década de 1990. Esta constituía la gran benefactora de Cuba por alrededor de 3 décadas hasta entonces y a la que había atado una profunda dependencia.
Esta devastadora noticia acarreó el fin de los acuerdos comerciales entre Moscú y La Habana, y, por lo tanto, el fin de las importaciones subsidiadas de combustibles, alimentos, maquinaria e inversiones de todo tipo.
Por supuesto, la interrupción prolongada del suministro de petróleo afectó a toda la cadena de la economía nacional, imposibilitando el funcionamiento de casi todas las áreas económicas de la isla.
Los efectos más severos se vivieron entre los años 1991 y 1993, cuando Cuba experimentó una colisión con la nueva realidad nacional. No solo no se podía trabajar ni producir por la falta de recursos, sino que también había desaparecido el principal comprador de los productos cubanos, el que adquiría el azúcar, el níquel o los rones a unos precios inimaginablemente altos.
Hasta justo antes de la desaparición de los aliados soviéticos, Cuba importaba el 98% del petróleo que requería de la URSS y con ella mantenía el 72% de su intercambio comercial.
Esta fortísima alianza comenzó poco después de que se instaurara el poder de la Revolución de Fidel Castro en el país caribeño en 1959, pues la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética requería de la posesión de un isla justo al lado del enemigo que sirviera como un portaaviones incorruptible.
La denominación de «Período Especial» se dio luego de que el pueblo coloquializara el título oficial de esta era, dado por Fidel Castro en 1990 cuando anunció que el país entraría en un «Período Especial en Época de Paz». Se comenzaron entonces a aplicar medidas tan difíciles como las que se toman en tiempos de guerra.
La vida cotidiana de los cubanos estuvo marcada por la escasez casi total de alimentos, el desabastecimiento de medicamentos, el racionamiento de todos los productos (que abarcó hasta calzados, ropas y artículos de aseo), la reducción de jornadas laborales en sectores industriales, y recortes considerables de energía eléctrica y en los servicios de transporte.
El Gobierno, ante la falta de recursos para proveer servicios regulares de transporte público, distribuyó bicicletas entre la población para aplacar los problemas de movilidad, por lo que quien tenía una bicicleta en ese momento, tenía un tesoro. Esto se evidenciaba en los mecanismos de trueque, pues dichos medios de transporte tenían el más alto valor de cambio, luego de los alimentos.
La dieta comenzó a ocupar un espectro completamente nuevo, en la disyuntiva de encontrar alternativas para suplir las necesidades calóricas. Bistecs de toronja y picadillos de cáscaras de plátanos entraron a formar parte del menú en muchos hogares, así como la sustitución de la leche por agua con azúcar y la mitad de un pan de 80 gramos para el desayuno de los sectores más vulnerables, niños y ancianos.
Situaciones problemáticas relacionadas con la salud pública siguieron al hambre generalizada, como los más de 50.000 casos de neuritis óptica, condición de ceguera temporal por la falta de nutrientes.
También hubo grandes etapas de desempleo y mortalidad materna, algo grave en un país destacado por su alta tasa de alfabetización y la seguridad social de sus habitantes.
Las áreas comunes fueron utilizadas, a petición del Gobierno, como huertos para garantizar el autoabastecimiento, y muchos hogares se convirtieron en criaderos de cerdos y gallinas, por lo que hubo serios riesgos de emisión de enfermedades.
Y se supo que la situación era realmente crítica cuando fueron no pocos los pobladores que decidieron cazar gatos para alimentarse, un acuerdo tácito entre la gente que comenzó como un rumor, pero que poco a poco se volvió una práctica común ante la desesperación.
Altos índices de divorcios y separaciones familiares se dieron en la época, condicionados por un activo consumo de bebidas alcohólicas que provocó un aumento en los niveles de violencia intrafamiliar y social.
La emigración, sin embargo, fue la consecuencia más drástica de la década, con miles de cubanos tirados a alta mar en embarcaciones improvisadas hacia la Florida. Los «balseros» surgieron como símbolo del grave panorama por el que atravesaba la isla.