El célebre barrio de Tarará, al este de La Habana, constituye, sin lugar a dudas, una de las localidades más cambiantes del país, pues comenzó siendo un glamuroso reparto residencial, y se transformó luego en un campamento pioneril, luego en un hospital para niños afectados por el accidente nuclear de Chernóbil, y, más recientemente, ha sido una escuela de español para estudiantes chinos en Cuba, sin dejar nunca de lado sus hermosas playas y su atractivo turístico.
Yanet, de 45 años, hizo estancia por varias semanas en el Campamento de Pioneros José Martí cuando estaba en la escuela primaria. Tarará para ella solo tiene matices rojos, azules y blancos; participando en actividades recreativas, competencias amistosas e impartición de contenido docente.
Esta Ciudad de los Pioneros fue inaugurada por el propio Fidel Castro en julio de 1975, y los estudiantes podían disfrutar de las atracciones de su parque de diversiones, uno de los mejores de La Habana en aquellos momentos, el que ahora es un complejo de ruinas y hojalata oxidada.
También se podían alojar en las hermosas viviendas de ventanas francesas y amplias terrazas, y en los enormes chalets, un recuerdo de cuando constituía uno de los barrios más aburguesados de la capital.
Solo quedan 17 familias en el reparto de las 525 que allí habitaban en los años 50, pues el resto emigró con la llegada al poder del mando comunista y perdió la propiedad.
El enorme complejo de Tarará contó con un centro cultural, 7 comedores, 5 bloques docentes, un hospital, un parque de diversiones e incluso un teleférico que cruzaba el río homónimo entre dos colinas (de lo que ya nada queda); todo construido y habilitado gracias a los mejores años del subsidio soviético a la isla.
Se dio entonces el lamentable suceso del desastre nuclear de Chernóbil (al que HBO le hizo una serie recientemente y la que al Gobierno cubano no gustó por la representación del suceso que ofrecía), y el poblado se vio nuevamente reformado en un recinto destinado al cuidado de un grupo de 50 niños ucranianos, descendientes de los afectados del siniestro.
La escuela interna para asmáticos y diabéticos Celia Sánchez Manduley, también del barrio, fue clausurada y levantó una ola de quejas. Esta institución combinaba las horas lectivas con la preparación específica necesaria para aprender a convivir con esos padecimientos. Los exalumnos y sus familiares están todavía muy tristes por esto.
Luis Alejandro, como se hace llamar uno de los estudiantes, dijo que recuerda los cinco años que pasó en esa escuela muy gratamente, alegando que tenía a excelentes profesionales y las condiciones eran muy buenas.
Como en todas las becas, los alumnos pasaban toda la semana lectiva en el internado, y los estudiantes asmáticos recibían tres meriendas diarias a parte de las comidas religiosamente.
Siempre obtuvo las medicinas para tratar su enfermedad y hacían ejercicios para la respiración, mientras que los diabéticos eran inculcados a medirse el azúcar en la sangre e inyectarse la insulina.
Pero, sin que nadie lo esperara, llegó la orden del Ministerio de Salud Pública de transformar el hospital del área en uno de atención para los turistas que estaban en Tarará, pero no funcionó y cerraron la instalación, por lo que la escuela no podía mantenerse sin un hospital.
Esperaron a graduar al último curso de noveno grado y entonces la cerraron, ya habiendo clausurado el proceso de inscripción. El inmueble, pese a que aún pertenece a la jurisdicción del Ministerio de Educación, sufre de deterioro por falta de mantenimiento.
Acudieron a ella más de 5.000 niños asmáticos y unos 500 diabéticos entre 1985 y 2013.
Otro de sus estudiantes, Carlos Javier Acosta, lamentó el cierre en su perfil de Facebook en un aniversario del cierre se la escuela, diciendo que allí aprendió a vivir con su enfermedad, conoció muchos buenos amigos, aprendió a ser independiente y se formó como una persona de bien.