Jovellanos, el pueblo de Cuba donde se instaló la nostalgia

Ines Sanz

Jovellanos, el pueblo de Cuba donde se instaló la nostalgia

El pueblo de Jovellanos, provincia de Matanzas, hoy recuerda la gloria que pudo haber alcanzado si muchos factores no se hubieran interpuesto en su camino hacia la prosperidad. El poblado que contaba con una economía floreciente hace 60 años, atravesado por la carretera central y por la línea principal del ferrocarril, ahora solo rememora con gran nostalgia los momentos de fuertes industrias y grandes negocios, como la célebre fábrica Gravi de pasta dental, que ahora pertenece a la empresa Suchel.

Actualmente constituye una de las ciudades más atrasadas del país (a excepción de las zonas de mayor ruralidad). Toda su transportación se realiza en coches tirados por caballos o en bicicletas, y para salir del perímetro del pueblo es necesario montarse en un camión particular, los que desaparecen en la noche.

Ramón, de 56 años, nacido y criado en Jovellanos, asegura que en la pequeña ciudad no existen muchas oportunidades de actividad laboral, por lo que la mayoría va a trabajar al polo turístico más cercano: Varadero; lo mismo para residir totalmente o solo para emplearse en labores turísticas.

El conocido restaurante privado Kitsch, el que llama la atención por sus lámparas y muebles barrocos, es uno de los pocos de su tipo en el pueblo. Los jóvenes no tienen ni una discoteca para recrearse, así que se tienen que conformar con un muy deprimente cabaret en los límites de la ciudad, frecuentado por moscas y borrachos.

Joaquín, de 79 años, nunca se fue porque pensaba que todo iba a mejorar, y trabajó durante décadas en uno de los dos ingenios de la zona, los que pasaron de producir millones de toneladas de azúcar a yacer infestados de marabú como los trozos de chatarra que son.

La mayoría de los habitantes se encuentra tratando de vender sus viviendas (recintos amplios, bien decorados, en buen estado constructivo y con hermosas terrazas) porque nadie quiere continuar estancado en un lugar sin vida. Alina está ofertando su casa natal de 5 cuartos en 300.000 CUP (un precio demasiado barato en comparación con la capital), para poder alquilarse unos meses en La Habana y luego emigrar a Estados Unidos.

Joaquín también recuerda cuando la ciudad contaba con 3 ferreterías, 4 tiendas, 2 mueblerías, una imprenta, una biblioteca y dos cines (uno de ellos usado en ocasiones como sala de teatro), hace muchísimo tiempo, cuando los puestos y timbiriches particulares no habían sobrepasado a los establecimientos estatales en cuanto a oferta y demanda.

Jovellanos se solía llamar Bemba hasta 1870, cuando un alcalde de origen asturiano decidió realizar gestiones para rebautizarlo.

El territorio solía albergar grandes fincas con frutales e importantes cultivos de viandas y granos, gracias a la acción de la Asociación de Pequeños Colonos, la que radicaba donde ahora reside la sede municipal del Partido Comunista.

Muchos proyectos a implementarse en los años 50 en la ciudad fueron desechados en cuanto llegó Fidel Castro al poder. Todos los grandes planes que se llevaron a cabo después, están ahora inutilizados, en ruinas, desmontados, totalmente abandonados.

Parte de las razones por las que muchos de estos ambiciosos proyectos no funcionaron era que los que los planeaban y ejecutaban nunca tenían en cuenta factores de importancia, como indicadores constructivos de la zona, condiciones climatológicas desfavorables, dejar a todo el pueblo sin energía eléctrica sin querer, etc; una dolencia crónica de todos los funcionarios de la administración comunista, contagiados por el exceso de confianza, la falta de conocimiento y la despreocupación por las cosas que el Comandante irradiaba cuando llevaba a cabo «una brillante idea suya».

Ya no existe ninguna de las fábricas instaladas allí a lo largo del tiempo: ni la de refrescos, ni la de soga, ni el tostadero de café, ni el matadero de res, ni la productora de bloques o las vaquerías. Nada se ha logrado sostener.