A un país patriarcal y machista le tomó mucho tiempo a las mujeres ser aceptadas en los trabajos y oficios tradicionalmente desempeñados por los hombres. Ahora, con la llegada del cuentapropismo, son algunos hombres que han decidido buscarse la vida con trabajos “de mujeres” los que enfrentan las burlas, el choteo y la incomprensión de sus semejantes. Uno de ellos Itsván, quien trabaja como manicuro, ha decidido hacer frente a todos y darle rienda suelta a su vocación sin complejos.
Hombre fornido y de barba, su aspecto contrasta con la visión tradicional del mundo de la manicure, que asocian la mayoría los cubanos con las mujeres u hombres “afeminados”.
Para Itsván ser manicuro es sólo un trabajo más, una forma de buscarse la vida honradamente. Reconoce que las mujeres son más hábiles en el oficio (también son casi todas) y lo “llevan en su código genético”, pero los hombres lo pueden aprender perfectamente y alcanzar altos niveles de maestría.
Al arte de la manicure llegó Itsván como hobby, pues antes trabajaba como maestro en el municipio de Placetas, en Villa Clara. Su esposa ejercía como psicóloga, pero complementaba el ingreso familiar arreglando uñas en la casa e Itsván juzgó que debía ayudarla.
Aprendió el oficio con su mujer, y un día que ella no se encontraba se arriesgó con una clienta. Fue la primera y hasta el día de hoy.
Él y su esposa Milaydis guardaron sus títulos profesionales en una gaveta y se dedicaron por completo al negocio del arreglo de uñas.
A ella nadie la miró mal, pero con Itsván fue diferente. Los hombres que acompañaban a sus parejas al local donde trabaja lo primero le preguntaban a estas si el que les estaba arreglado las manos “era maricón”, un estereotipo que por supuesto le molestaba, pero que con el paso del tiempo ya le causa risa.
Le preocupaba mucho más que su entorno social lo rechazara por dedicarse a un trabajo “de mujeres”. Temió perder a sus amigos, pero tras el inevitable choteo inicial todo siguió su curso normal.
Ahora sale a la calle con Milaydis y su hijo de 16 meses sin ningún tipo de complejos, aunque todos lo conozcan en el pueblo como “el muchacho que pone uñas”.
Su negocio ha prosperado y eso es lo único que a él le importa, pues gracias a este ha logrado darle una mejor vida a su familia. Ya su clientela no es sólo de Placetas, sino que se extiende a Santa Clara, Caibarién, Zulueta y todo el centro del país.
Sólo los que no los conocen murmuran en voz baja sobre sus preferencias sexuales, e Itsván se ríe para sus adentros.